GENESSYX

Genessyx no se veía así antes. No tenía alas rojas, ni patitas, ni su cuerpo verde, ni esa extraña cola. Genessyx ni siquiera sabía cómo quería ser. He aquí la historia:
En el universo infinito había una partícula flotante. Y era tan pequeña, que no tenía siquiera tamaño. No era nada, y no le preocupaba. Simplemente vivía flotando de un lado a otro. A veces golpeaba contra una estrella o contra una nebulosa y, simplemente, desviaba su camino y seguía flotando, sin ser nada.
En su camino, un día llegó a un planeta azul clarito. Al menos, así se veía de lejos. Al acercarse, no chocó, sino que se metió al azul claro, que era aire, y era nubes, y lo fue atravesando. Sin saberlo, había llegado a la Tierra.
Cuando terminó de atravesar el aire, la atmósfera, llegó hasta un bosque, lle-no de ahuehuetes como debe ser cualquier bosque digno. Y conoció algo que nunca había visto: la Vida.
La Vida estaba adentro de los ahuehuetes, y de los animales del bosque. Había Vida también en los ríos, en los insectos. Y esta sensación de movimiento asombró a la partícula que, por primera vez, sintió que le faltaba algo.
Los ahuehuetes le parecieron respetables, porque eran altos, frondosos y es-taban muy serios. Decidió seguir flotando hasta encontrar al más alto. Cuando esto sucedió, le preguntó:
-Tú, que eres tan grande y respetable, ¿qué eres?
-Yo soy simplemente un Ahuehuete, como muchos de por aquí.
-¿Y cómo hiciste para ser Ahuehuete?
-Yo he sido un Ahuehuete siempre. Y me encargo de hacer sombra para los que la necesiten. Y de ser alimento para algunos animales. Y uso la luz del sol y el alimento de la tierra para hacer más ramas, y hojas, y hasta flores. Para ser Ahuehuete solamente sigo contento de serlo. ¿Por qué te preocupa esto? ¿Tú quién eres?
-Yo no soy nada. Tal vez sólo una partícula flotante. Pero quisiera ser algo. ¿Quién te hizo Ahuehuete?
-¡Qué preguntas tontas! Yo soy Ahuehuete, nadie me tiene qué hacer Ahuehuete. Si quieres hacer preguntas, ve con un Mono Araña, a ellos les encanta platicar. A mí no, yo soy Ahuehuete.
Y, dicho esto, se quedó callado, y dejó de ponerle atención a la partícula, que se fue a buscar a un Mono Araña. No fue difícil, porque había muchos, trepados a los ahuehuetes.
-Oye, Mono Araña, yo no soy nada, y quiero saber cómo hiciste para ser Mono Araña.
-¡Qué gusto, alguien que quiere platicar! Yo, para ser Mono Araña... dé-jame decirte. Bueno, al principio... ¿Conoces a la tía Clarita? Esa que su sobrino se comió tres pencas completas de plátanos la otra vez. Por cierto, el Doctor Tecolote le recetó unas hierbas, pero como le habían hecho mal al abuelo Godofredo, entonces no se las dieron. Y el sobrino, en vez de medicinas, lo que recibió fue un regaño. Un regaño como el que le habían dado a su hermano, un año antes que, por probar la miel de los panales, hizo enfurecer a las abejas, que nos persiguieron a todos. Y entonces el otro abuelo, Godelevo, lo regañó fuertísimo. Ahora que, si a regaños vamos... pero... ¿qué me preguntaste?
-Nada, Mono Araña, olvídalo.
La partícula decidió que alguien así no podía hablar en serio. Comenzó, así flotando, a buscar al Doctor Tecolote que, si era doctor, entonces tenía qué ser un poquito sabio. Y lo encontró en el hueco de otro Ahuehuete, completamente dormido, porque era de día, y decidió esperar a que despertara, sin molestarlo, porque temía que, si le hacía ruido, el tecolote se enojara y no quisiera contestar-le. En lo que esperaba, pensaba que era necesario ser algo. Que en ese planeta azul clarito todos eran algo, y parecían muy felices de serlo. Veía a los pájaros cantar de gusto, a las ardillas corretear contentas, a los ahuehuetes con su dignidad serena, hasta al río ir platicando con las piedras y las orillas. Así se le hizo de noche, cuando sintió una mirada fija y penetrante. Preguntó:
-Tecolote, ¿cómo hiciste para ser tecolote?
-Por favor, partícula maleducada, si me has de hablar a mí, es con res-peto. Háblame de usted, y dime "Doctor Tecolote". Yo soy muy sabio.
-Disculpe usted, Doctor Tecolote, tiene razón. Por favor, yo quisiera ser algo, no sólo una partícula flotante y maleducada. ¿Cómo hizo usted pa-ra ser el respetable y sabio Doctor Tecolote?
-Muy bien, eso ya está bien. Ahora eres una partícula flotante y educa-da. Pero no puedo ayudarte, porque estás en un nivel muy bajo. Para hablar conmigo debes de estudiar mucho primero, para que puedas en-tender lo que digo en mi lenguaje culto y docto. Debes de empezar por el principio, porque ni siquiera tienes vida. Debes ir con los seres sin vida. Empieza por hablar con un Tezontle. Es posible que a él lo entiendas.
Al ver que, más que sabio, el Doctor tecolote era petulante y engreído, la par-tícula decidió irse, sin olvidar las reglas de la educación. Le dijo:
-Doctor Tecolote, le agradezco de forma infinita su consejo y, atendien-do a su amable indicación, me voy a hablar con un Tezontle.
La partícula salió de ahí, flotando más rápido que antes, contenta de no tener qué tratar más con ese ridículo tecolote sangrón. No tuvo qué buscar al Tezontle. Se tropezó con él, se golpeó y cayó. El Tezontle le preguntó:
-¿Por qué corres así, partícula? Discúlpame, pero no pude evitar el gol-pe. Yo soy un Tezontle, y no puedo moverme. ¿En qué te puedo ayudar?
-¡No te tienes qué disculpar, Tezontle! Fui yo que no me fijé. Es que el Doctor Tecolote me mandó a hablar contigo. Me dijo que tú eres un ser sin vida, y que, para empezar, podía tratar contigo. Es que yo no soy nada, y quiero ser algo. ¿Cómo hiciste para ser Tezontle?
-A ver, a ver... voy a contestarte poco a poco. Cálmate. Ese tecolote creído no sabe que las piedras sí tenemos vida. Aunque no nos movamos, estamos aquí, y somos parte importante del planeta. Sí puedo ayudarte un poquito.
-¡Gracias! ¿Me puedes convertir en algo?
-No. Eso no lo puedo hacer yo. Eso se llama Transformación, y solaMente tú puedes hacerlo. Pero sí hay alguien que puede ayudarte. Se llama Alquimus Sofis.
-Y, ¿dónde encuentro a Alquimus Sofis?
-Pues la última vez lo vieron disolverse en el río. Yo creo que ahí pue-des hablar con él.
-¡Muchísimas gracias, Tezontle! Voy a buscarlo al río.
Y, dicho esto, la partícula flotó hacia el río. No tuvo qué preguntar nada. En cuanto llegó a la orilla, escuchó una voz muy amable preguntarle:
-Partícula flotante y, ahora, educada, ¿por qué me buscas hasta ahori-ta? Yo pude haberte ayudado desde el principio.
-¿A...A...Al... quimus Sofis?
-Sí, para servirte. A tí y a todo el que me busque. Así que quieres ser algo. Antes esto nunca te había preocupado, pero, al llegar aquí a la tierra, te diste cuenta que no eras nada, ¿es cierto?
-S...s...sí. ¿Cómo es que sabes todo esto?
-Bueno, es normal. Para eso sirvo yo. Para saber cosas. Y con gusto voy a ayudarte. Tú quieres ser algo. ¿Qué quieres ser?
-¡Híjole! ...no sé. Pues algo, cualquier cosa, pero algo.
-Así no podemos hacer nada. Pero no te desanimes. Sigue flotando el tiempo que necesites, pregunta más, piensa mucho, siente muchas cosas y, en cuanto estés seguro de qué quieres ser, búscame. Yo siempre voy a estar para ayudarte.
-Pero, ¿dónde te busco? ¿Aquí en el río?
-En donde estés. No importa, Yo estaba en el Ahuehuete, y en el Mono Araña, y en el Doctor Tecolote, y en el Tezontle. Y también aquí. Cuando sepas qué quieres ser, simplemente háblame, yo estoy en todos lados.
La partícula entonces dio las gracias y comenzó a flotar de nuevo. Estuvo pre-guntando a muchos seres lo que eran, y lo que hacían. Ya sabía que no quería ser ni Tezontle ni Ahuehuete, porque no le gustaba estar inmóvil. Ni quería ser tecolote, porque no quería ser engreído. Tampoco Mono Araña, porque los Monos Araña no podían hablar en serio.
Además, la partícula quería ayudar a a los demás. El Ahuehuete ayudaba con su alimento y su sombra; el sol, con su luz y calor; el río, con su agua. Pero no quería ser ellos, porque ellos ya existían. Pensó que necesitaba, en ese momento, alguien que lo ayudara con su fuerza, que le diera fuerzas para pensar... ¡Claro! Quería ser algo que tuviera tanta fuerza, que les pudiera dar fuerza a los demás. Y que además volara, y nadara y pudiera caminar y correr porque, acostumbrado como era a ser partícula, tenía libertad para moverse por donde fuera.
-¡Perfecto! Hace mucho tiempo que no tenemos un Dragón por aquí. Me encanta tu elección.
-¿Q... qu... quién dijo eso?- preguntó asombrada la partícula.
-Alquimus Sofis, me dicen. ¿Por qué te sorprendes, si en esto habíamos quedado? Ya sabes lo que quieres ser. Aquí estoy para servirte. Manos a la obra.
-¿Cómo que manos a la obra, si no tengo manos?
-Cierto, necesitas unas. Y, por lo que entendí, también patas, y alas, y cuerpo, y cola. Y ojos, claro, y boca. Pues empieza.
-¿A qué?
-A crearte a tí mismo. Eso es lo importante. Que yo no voy a hacer na-da. Lo vas a hacer tú. Comienza a transformarte.
-¿De dónde? ¿Como se transforma uno?
-Mmmh... lo importante es que entiendas que, si quieres ser un dragón, es que lo has sido siempre, sólo que no te habías dado cuenta. Pero ahora que lo sabes, puedes crearte a tí mismo. Usa tu fuerza, la misma que pretendes usar en los demás.
La partícula comenzó a mirar para adentro. Le costó trabajo al principio, pero dentro de ella encontró al dragón que quería ser, que había sido siempre. Prime-ro, hizo una boca. Y, por la boca, empezó a soplar fuerza. La fuerza, aparente-mente desorganizada, comenzó a tomar forma. Se volvió cola, y luego patas, y luego cuerpo, manos, alas y cabeza. Y así se juntó con la boca, y le renovó la fuerza para seguir soplando. El dragón estaba terminado. Alquimus dijo:
-Eres un alumno brillante, Dragón. Te vas a llamar Genessyx, el dragón que se crea a sí mismo. Esta fuerza que tienes la vas a conservar en la medida en que la compartas con el que la necesite. Cada vez que le des fuerza a alguien, en vez de perderla, la vas a multiplicar. Tu fuerza va a ser más grande cada vez.
Dicho esto, sin darle a Genessyx tiempo de contestar, Alquimus Sofis se di-solvió en el viento.
Pasó algún tiempo. Genessyx se acostumbró a su forma de dragón e iba por ahí repartiendo fuerza. Un día se le acercó una partícula flotante, que acababa de caer a la Tierra. Esta le preguntó:
-Genessyx, ¿cómo hiciste para ser dragón?
a lo que Genessyx respondió:
-Es que yo fui dragón siempre, sólo que no me había dado cuenta. Si quieres ser algo, sólo tienes qué crearte a tí mismo. Para eso cuentas con la ayuda de Alquimus Sofis. Pero no lo busques. Cuando estés listo, él aparece solito.
Y, dándole mucha fuerza a la partícula, Genessyx se fue, volando por el vien-to, que estaba lleno de Alquimus Sofis.

Ana Zarina Palafox Méndez
27 de septiembre de 1998

 

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