Declaración de principios

 

Yo no me quito el sombrero
pues no uso: soy mujer;
aun así, me asombra ver
tal paraíso trovero.
Voy a contestar primero
la pregunta del "menor",
ningún maestro o tutor
me ha enseñado en la escuela
esta décima espinela...
porque no era trovador.

Pero no quiero decir
que no la haya conocido,
desde que estaba en el nido
la décima pude oir.
Como yaciente fakir
fui suspendida en los filos
de decimistas tranquilos
escondidos en canciones,
en zambas, milongas, sones
cifras, joropos y estilos.

Desde mi cuna escuché
tango y milonga en lunfardo
donde alguno que otro bardo
elegante puso el pie.
Seguro yo me eduqué
temprano "de pura oreja"
con tanta tradición vieja
que los corazones roza,
Crispín, Parra, Zitarrosa,
son perlas en esa almeja.

En el aula me encontraba
los libros de texto hermosos
con mil textos rigurosos
de poesía fina o brava.
Y aunque allí no se explicaba
el género literario,
en el escolar horario
me enseñaron a apreciar
a quien pudiera rimar:
y así pasó el calendario.

Con mis trece años cumplidos
me enseñaron el conteo
de las sílabas. Ya veo
que por siempre me ha servido.
Es de esa tela el vestido
con que cubro cada artista
y después, ya siendo arpista
con la música de aliada,
ahora me veo rodeada
de tradición decimista.

Y ya inmersa en este rubro
me encuentro en todo lugar
a esta estrofa sin par:
día a día la descubro.
De décimas yo me cubro,
me brincan por todos lados,
hasta en discos que olvidados
en un baúl los tenía
yo descubro día a día
las décimas con agrado.

Julio Domínguez Medina
algún día se asombró
que me convirtiera yo
en repentista que trina.
No es casual que Ana Zarina
pueda entender de versada
si su historia está plagada
de décima antes oculta,
que hoy explota en catapulta
cuando me encuentro inspirada.

 

Ana Zarina Palafox Méndez
Agosto de 2007

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