Deseo, té de canela

(A partir de un poema de Mardonio Carballo, fragmento de su libro Xolotl)

 

"El deseo, en sentido estricto, implica el darse cuenta de que lo deseado es relativa o absolutamente imposible. (...) Cuando la experiencia le va mostrando la imposibilidad de satisfacer ciertos apetitos, la técnica para satisfacer otros, su voluntad propiamente tal se va retirando de muchas cosas que persisten, no obstante, como apetecibles, bien que realizables."
-Ortega y Gasset

 

El deseo permanece
más allá de lo imposible,
de lo cercano y plausible
de lo que nace y que crece.
Triste corazón padece
la agonía con recreo,
triste pieza de museo,
ávida angustia te toca,
el presente se disloca
si permanece el deseo.

Te acorrala con tibieza,
se te enreda en la garganta;
cuando está pequeño, canta
hasta alcanzar la grandeza.
Se te sube a la cabeza
la aventura de Perseo,
y te agota el forcejeo
con lo que puedes sentir
si llegas a confundir
el amor con el deseo.

Buscas en el aire aroma,
imagen, fotografía,
sombra que el agua veía,
tibio rostro que se asoma.
Una nube gris te embroma
con la lluvia y su siseo,
confundes el aleteo
de un murciélago enjaulado
con tecolote enredado
en las alas del deseo.

La mente ya no es confiable,
el cerebro está confuso
cuando al corazón, iluso,
lo mata ese rojo sable.
La tierra se hace inestable
por su molesto ajetreo,
apenas con el jadeo
de tu imposible objetivo
sentirás un poco vivo
tu cuerpo, con el deseo.

Besos, caricias y pieles,
rezos, ofrendas, plegarias,
cálices y candelarias
se rodean con laureles.
Como gastando papeles
rotos sin un titubeo
te regalas en sorteo
a quien no compró billete
y premias con un birrete
la maestría del deseo.

La precaución extremista
de pose, de deber ser
anula a hombre y mujer
y te aparta de la pista.
Te descubres desprovista
del deseado balanceo;
apenas un cosquilleo
se descubre en tu entrepierna
si experimentas la tierna
licitación del deseo.

Encanto, insatisfacción,
esperanza, pesimismo,
frigidez con erotismo,
atavío y corazón.
Hormona, cruel desazón,
mitocondria, golpeteo,
genes en un mausoleo
nadando en té de canela
que no has bebido, y en vela
te aniquila ese deseo.

Acaba dentro del sol
nuestra ilusión. De candente
se sale del recipiente,
se le olvida el español.
Es el hirviente crisol
de esperanza envanecida,
es la virtud escondida,
primera ofrenda vestal
que en sanguinario ritual
está perdiendo la vida.

De una manera vicaria
con todo y su metralleta
sintió morir el asceta
de esa frase extraordinaria.
Fue la lápida obituaria
calcinación de Teseo,
más allá del Pirineo
más lejano de Aragón
se intoxicó el corazón
por no cumplir el deseo.

Como la satisfacción
inalcanzable, es el rito
de nunca emitir un grito,
de no encontrar la ocasión.
De llorar en un rincón
sufriendo tus humedades,
de verter con falsedades
las lágrimas hacia el mar
y de no poder amar
a quien en la sombra invades.

Va corriendo como gamo
el objeto del deseo
y, abarcando lo que veo,
lo recorre, tramo a tramo.
Va volando, como un ramo
de abejas entre zumbidos.
Va trotando y los reunidos
caballos al galopar
te recuerdan que, al desear,
nos declaramos perdidos.

La receta del doctor
he de cumplir textualmente
que, aunque un poco sugerente,
te evita morir de amor.
El deseo es resplandor
y antítesis de virtud;
puedes perder la salud
y hasta perder la cordura
si no ejerces con premura
ese tembloroso alud.

Cuando voy a las carreras,
siempre cambio de ejemplar
porque es riesgoso apostar
sólo a algún galgo que quieras.
Prefiero ver las quimeras,
los animales en turno.
Si alguno anda taciturno,
otro el triunfo te regala
y así, en una u otra sala,
encuentras celo nocturno.

Te acuerdas de aquel dolor
de algún deseo incumplido
porque no te has decidido
a ejercer. ¿Tendrás pavor?
La receta del doctor
él mismo debe seguir.
Coger la piedra, no huir,
tener siempre un buen provecho,
el deseo insatisfecho
seguro te hace morir.

Ana Zarina Palafox Méndez
Septiembre de 2013

 

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