Teoría etérica del repentismo

Era sábado de Gloria en Tlacotalpan. Hay algo que me llamaba la atención desde hace tiempo, pero esa noche fue particularmente claro, con esa sensación de verdad aplastante que acompaña la repentina comprensión de un todo trascendente.

Cabe aclarar que no tenía en mi cuerpo más droga que la nicotina de mis cigarros, no había alcohol en los alrededores ni ninguna otra cosa que alterara artificialmente la percepción.

Ante la gente que, supongo, no lo ha vivido, lo menciono prudentemente como "otro estado mental". Pero hay más que eso. Me explico: cuando el círculo de trovadores se armoniza, la agilidad para construir estrofas crece repentinamente, así como el nivel de profundidad de los temas versificados. También cambian los protocolos, o mejor dicho, dejan de ser necesarios. Ya no tenemos qué tomar los turnos acordados previamente para trovar, porque cada uno "suelta" su décima –o incluso otras formas de versificación –cuando ésta llega, simplemente. Y no hay tropiezos, ni interrupciones.

Es como si hubiera un "director de escena" externo, que brindara el guión, y todo fluyera de acuerdo a esas instrucciones. La sensación subjetiva y personal es que estoy trovando a un nivel al que sé que no lo puedo hacer todavía, o que estoy diciendo cosas que desconocía. Como si quisiera desdoblarme, para poder escuchar lo que una tercera persona dice, y que me resulta interesante, pero esa tercera persona... soy yo misma.

Se podría explicar como el resultado de complejos procesos subconscientes, pero no se siente así. Lo percibo claramente como una conexión temporal a una especie de archivo donde están guardados esos conocimientos, ese orden, esa estructura y armonía. Lo he vivido antes, en situaciones rituales. Pero precisamente por su naturaleza ritual, yo misma me doy permiso de disfrutarlo –y aprovecharlo –simplemente , entendiendo que, aunque sorprendente, es un resultado lógico, buscado en dichos rituales.

Me viene a la mente la frase conciencia acrecentada como la mejor descripción de ello. Como conectarse en una frecuencia donde uno puede estar más en contacto con lo real, menos ensombrecido con los convenios arbitrarios del mundo temporal.
Y en el caso particular del círculo de trovadores –normalmente con una tarima al centro, en la cual previamente se bailó y se hizo música –lo vivo como si existiera un archivo especial –o una sección especial de ese mismo archivo universal –con todas las sílabas de todas las trovas de todos los siglos de todos los trovadores, y de ahí alguien seleccionara lo que, en ese tiempo y espacio en particular, cada uno de los presentes debe decir, de acuerdo a un plan, para mí, incomprensible... pero perfecto.

Aún hay más: siento claramente que lo dicho en esos estados –idealmente en cualquier momento de repentismo –no debe ser transcrito, ni grabado en audio o video, porque se interrumpiría ese reciclaje etérico, y esas sílabas ya se perderían para siempre, o descenderían para ser solamente fonemas comunes y corrientes. Estoy pensando cosas aparentemente disparatadas como "no se deben enjaular las sílabas".

En algunos momentos, este ritual repentista se ha roto por la irrupción de alguien que, aunque buen versificador, no está conectado en el círculo. Otras veces, con la misma espontaneidad con que este estado es iniciado, simplemente se disuelve así, sin cisma, como si todos los presentes hubiéramos terminado la tarea y estuviéramos satisfechos. En este último caso, no se puede establecer un momento límite entre un estado y otro, no hay una línea divisoria. Es como una frontera difusa en que, cuando me doy cuenta, ya estamos en una versada normal, o en una plática amistosa. Y jamás comienza de golpe, el cambio es poco a poco.

¿Será que debo ir voluntariamente a internarme a un hospital para esquizofrénicos?

Ana Zarina Palafox Méndez
Mayo de 2004

 

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