Los gordos... inamovibles.

 

Ya no es un secreto que México se ha generalizado la obesidad. Y mucho se ha hablado y escrito sobre el sedentarismo, la falta de espacios -y estímulos- deportivos, la publicidad engañosa de las comidas procesadas, la cría de animales con hormonas y hasta los transgénicos.
Pero existe un factor que poco se expone: la actitud. Porque, sin descartar la genética, la alimentación y la actividad física, en gran medida el cuerpo refleja nuestro interior, vamos creando continuamente nuestro cuerpo.

Hoy, en un trasporte público, observaba a una mujer que iba hasta la terminal de la ruta, para la que faltaba mucho camino. A pesar de tener suficiente espacio frente a su asiento, ella tenía dos maletas y una bolsa de mandado en el pasillo, que estorbaban el paso.
Además, no estaba sentada del lado de la ventanilla. Cada pasajero que, por un breve lapso, ocupaba ese asiento, tenía qué hacer gala de una agilidad simiesca para trepar por encima de esa inmóvil y estorbosa mujer que, por supuesto, ni se movía. Ella podía haber estado sentada junto a la ventanilla, con sus bultos frente a sus piernas porque -repito- había el espacio0 suficiente y ella iba hasta la terminal. En vez de ello, prefirió estorbar al máximo de su volumen y capacidad. En otras palabras, ocupaba absolutamente todo el espacio que su masa molecular le permitía. ¿Adivinan? Estaba gorda.

Otro gordo de edad madura, al desocuparse un asiento doble cerca de mí, dejó caer su cuerpo como un costal sobre el asiento del pasillo. Al pedirle yo el paso para ocupar el lugar junto a él, hizo un pequeño ademán de torcer el torso hacia un lado al mismo tiempo que me decía: -Pase.
Por supuesto, su cadera y sus piernas seguían en la pose original, y el movimiento del torso no generó más espacio. Yo me colgué del tubo de arriba, para librar de un pequeño salto al hombre, y quise tener un embudo para acomodarme a mí misma en el estrecho espacio que quedaba entre él y la ventanilla.

Antes de subir al transporte, yo había caminado por el Eje Central. A pesar de habitar esta atiborrada ciudad desde que nací, no dejo de asombrarme y cuestionar lo que aprendí de física clásica cuando miro a una persona de no más de 90 cm. de ancho ocupar -entre su cuerpo, sus vaivenes y una especie de cuántico zigzagueo- la totalidad de una banqueta de más de dos metros de ancho... ya ni decir de cuando viene una familia completa, con helados o -peor aun- sopas Maruchan en la mano, niños pequeños que se cuelgan de la mano de sus indolentes padres, que, además de caminar lento, detienen el contingente completo en cada aparador, como si las banquetas de los ejes viales fueran el interor de una tienda de departamentos. Por supuesto, todos los miembros de esas familias son gordos, hasta el bebé.

Ayer me tocó pasar frente al Estadio Cruz Azul, justo a la salida del partido. Si bien la mitad de los fanáticos no estaban gordos, sí formaban un gordo grupo que impedía la circulación -de vehículos y peatones- en el eje vial. Asustaba ver esta masa humana informe, sorda y ciega a todo lo que no fuera su propio movimiento. No tengo idea de si fue un mal partido, pero llamaba la atención la falta de porras, gritos, mentadas; vaya, la falta de entusiasmo.

Hace tiempo conocí a una familia, hermanos de una persona que tiene una malformación hormonal, y explica así su sobrepeso. Los demás miembros no tienen esa malformación. Fue curioso observar que la mencionada persona no es la más obesa de su familia.
Cuando llegué a su casa, la gran televisión de plasma ultragrande y ultraplana estaba encendida. No la apagaron; al contrario, subieron el volumen y me convidaron a ver la película, tumbada, como ellos, en los sofás. Llegó otro pariente con comida comprada ya hecha. Pensé: Ahorita desocupan la mesa, y se sientan a comer. Ilusa de mí... se rodearon de los platos desechables, tiraron a la alfombra las bolsas de plástico y empezaron a comer, sin haberse movido ni un centímetro. Nadie se levantó ni siqui8era por algo para beber. Durante los anuncios, su plática era sobre el resto de la programación del día. Fue impactante ver que hasta el sobrino adolecente tenía un sobrepeso considerable.
No sólo los observaba a ellos -que me parecían aberrantes clonaciones del alter ego de Homero Simpson, pero en gordo. También observaba la casa que, entre las glorias de lujosos tiempos pasados, alfombras caras, candiles y muebles hechos a mano, estaba totalmente sucia y descuidada. No en balde despreciaron el comer en el comedor: la mesa estaba totalmente cubierta de trastos sucios y polvo; tanto, que se podía haber hecho un estudio estratográfico. Vaya, la casa evidenciaba que se trataba de toda una familia de ninis...

En los últimos años, los muchachos de secundaria ya no salen de la escuela en animados grupos, entre carreras y gritos. Ahora me recuerdan a un rebaño de vacas viejas. Puede un conductor echarles el coche encima, y no reaccionan, ni para insultarlo. Hablé un poco de ello en La sociedad sobreestimulada, hace años.
Ahora los veo más indolentes y más gordos. ¡Y son los que van a la escuela!
Me asusto mucho. Me asusto de una sociedad sin ganas de nada, de una sociedad que no tiene sedentario sólo el cuerpo, también la mente. Noto poquísima capacidad de reflexión, noto la búsqueda solamente de satisfactores inmediatos, noto inconsciencia, desinformación voluntaria, vivir a través del Big Brother de la televisión, nula pasión por el estudio y el trabajo, y noto que éstas características se van agravando conforme avanza el S. XXI. Cada vez nos acercamos más a ser un país de gordos desnutridos e inmóviles.

Entiendo que los muchos años de frustración social nos han minado. Entiendo que, desde niños, la mayor parte de mis paisanos aprenden a que, aunque se esfuercen, las cosas no dependen de ellos; entonces, ¿para qué esforzarse? Entiendo que los sobreestímulos visuales y auditivos van minando la reflexión interna, y que las noticias amarillistas en exceso van minando también la sensibilidad y la empatía. Lo entiendo, aunque no lo comparto.

Por eso, ahorita me pregunto: ¿Realmente se podría lograr un movimiento social con este gordo material humano? Los grupos que planean concientizar, ¿cuentan con que estas personas gordas lo quieran también? ¿No seremos sólo unos cuantos locos desadaptados e hiperactivos tratando de mover lo inamovible?

Ana Zarina Palafox Méndez
Domingo 24 de abril de 2011

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