Crónicas de fandangos I

Las preocupaciones siempre empiezan antes de la fecha. Casi siempre, en Playa Vicente, llueve antes de las fechas en que se programan los fandangos. Antes creía que era una especie de mala suerte, ahora estoy seguro que el cielo nos hace el favor de lavar al pueblo para recibir a la visita con nuestras mejores galas.   Toda la noche del día 17 al 18 lo había hecho, variable en cuanto a su fuerza pero constante en su presencia, el agua empezó a caer el viernes a las 10 de la noche y el sabado al mediodía insistía en acompañarnos. Por la tarde la cosa mejoró y  pudimos instalar unas cuantas sillas y un manteado frente a la casa de Don Negro.  

Al llegar a su casa Don Negro nos había recibido con la barba enjabonada, listo para rasurarse y, según sus palabras, arreglarse para la fiesta. Doña Rosa, su eterna y fiel acompañante se tronaba los dedos preocuada por lo que ella considera un compromiso, recibir a mucha gente en su casa que, en las noches de fandango, crece a todo lo largo y ancho de la calle en la que viven, cual río que se desborda y nutre al vecindario de música y alegría.  

La noche por fin llegó y con ella la música. La luna que nos había negado insistentemente su cara en los últimos días asomó entre tímida y curiosa para ver bailar a las Molina, a las Zamudio, a Yolanda y a la Negra. Se divirtío también con los chamacos de las Zamadudio y con Karen y Mago, que más que fandanguear jugaban al rededor del fandango. Los vecinos se asomaban entre curiosos e interesados, esperando a que llegara más gente y unirse a la fiesta.  

Por fin el fandango inició, Macario, Pío, La Bonga, Don Negro, Jaime, Luis y Patricia le entraron duro a un zapateado que, cual baile de 15 años, aprovecharon las bailadoras para festejar al Negro que entre risas y penas de chamaco aceptó celebrar sus primeros 85 años de vida como sólo el sabe hacerlo, repiquetando un zapatedao y apantallándonos con su mudanzas, que nos hacen sentir "tullidos" a su lado.  

Así transcurría la noche cuando, de entre la oscuridad, apareció la figura de Elías Meléndez, como a eso de las 12, que llegó con su segunda "La Margarita" y arremetió en medio de un Siquisirí las cuerdas.  

Contar un fandango, para quien no lo ha vivido y para quienes lo han vivido también, es una cosa difícilisima, ya que es una fiesta de sensaciones, es un puro sentir la música, la amistad, el tronar de las tablas de la tarima cuando las bailadoras "aprietan al Músico" al salir del verso. Es sentir la emoción de estar al lado de más de mil historias de amaneceres a lomo de caballo, de fandangos al pie del río, de músicos que sin estar presentes nos siguen acompañando es, en fin, tratar de contar la vida de miles y miles de jarochos que han vivido a lo largo de los siglos en esta tierra y que, en cada fandango, en cada copla, en cada son, nos dicen que no se quieren morir y que están orgullosos de ser jarochos.

Arturo Barradas Benítez
Octubre 2003

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