Crónicas de fandangos III
Las Pléyades.
Me contaron o lo oí al paso, no recuerdo, pero dicen que cada 52 años, los Aztecas esperaban con ansia el paso de las Pléyades por el cielo. Esto significaba que sus dos calendarios, el ritual y el normal, se juntaban y cerraban un ciclo que daba inicio a una nueva era. Para ellos, el que esto sucediera y amaneciera nuevamente, significaba que la tierra y el Universo establecido por ellos continuaría, al menos, otros 52 años.
La Madrugada del 15 de Noviembre pasado, las Pléyades cumplieron una vez más y el Universo de músicos y música que yo conozco aun continuaba ahí, pero ahora tomando vuelo nuevamente en pueblos y rancherías.
Para festejar tan gran acontecimiento llegamos a Mazoco el 15 por la noche. Fría para la zona y, además, maravillosamente estrellada, la noche comenzó con el aplauso de más de 300 personas, niños y grandes, mujeres y hombres que esperaban, algunos sin saberlo, que cuarenta años de no haber fandangos públicos en su pueblo por fin terminaran.
Una enorme tarima de Macaya era el centro de un parque de pueblo, bien iluminado y vestido con sus mejores galas: los hombres y mujeres de Mazoco. Pío Molina y Macario se notaban desesperados, creían que no llegaríamos y ya desesperaban por iniciar a tocar. Bien afinados y mejor dispuestos arrancamos un Siqusirí y la mala sombra que oscureció al fandango en Mazoco durante años huyó derrotada por la música de "la perra", el razgar e la Bonga, la tozudes de Víctor por cantar y tocar, la sabiduría de Pío y por el repique de zapatos de Luisa, Alma, Margarita, Dora y Patricia.
Despues de unos pocos sones comenzó la transformación: de entre la gente se levantó Doña Rafaela Molina, negra y gorda, se acercó a la tarima, puso un pié sobre ella y, persignándose, dijo "en el nombre sea de Dios" y arrancó a bailar la Guacamaya. Los gritos de la gente se deben haber escuchado en todo el pueblo. Con eso tuvo Mazoco para volver a ser en parte lo que era antes de la llegada de las camionetas americanas y la música de tecno cumbias, tecno pops y quien sabe que otras tantas pendejadas ajenas a nosotros.
Señores que tenían años de no mover un pié se levantaban y bailaban con enorme facilidad para los cansados musculos. Acostumbrados a estar horas al sol, con la cara hacia el suelo cultivando piña, hoy la levantaron y vieron a los demás y se vieron así mismos diferentes, más viejos, más pobres, pero también vieron, en el fondo de sus ojos, que lo único que no les envejece es el orgullo y la dignidad para hacer su fiesta.
También vieron a jóvenes que, contagiados por su actividad, desde la oscuridad parcial que dan los árboles del parque, ensayaban los pasos que veían de lejos en la tarima y que, despues de los clásicos: "Ve tú." "No, yo no, mejor que vaya Paulina", se animaban y abordaban la tarima con la cara sonrojada, pero con todo el desparpajo que da la juventud y la belleza que cualquier niña que empieza a ser mujer tiene.
Todo eso miraba mientras las Pléyades seguían su ruta de 52 años que, espero, las traerá nuevamente para ver a Patricia, a Mago, a Luis y a todos los jóvenes que hoy tocan, parados junto a la Tarima, tocando y viendo, como yo lo hago hoy, a sus hijos, que serán como ellos hoy: promesas futuras de que este mundo de Son Jarocho y Cultura jarocha bien vale conservarlo en miles de fandangos en todos los ranchos de nuestra tierra.
Arturo Barradas Benítez
Noviembre 2003