El son jarocho y el encanto II

Llegué a San Andrés el lunes 12 de julio. Iba específicamente a buscar a Andrés Moreno a la Casa de la Cultura. Ya sabía que sí estaba en la ciudad, porque un compañero de este foro (Eduardo Parra) me había contado que algunas personas de una universidad de California iban a estar por allá con él. Pero no sabía si iba a contar con tiempo para platicar conmigo. En la tarde, en Casa de Cultura, nos encontramos a Los Cultivadores (sin Andrés) ensayando para una filmación que iban a hacerles al día siguiente los californianos. Me arrimé a tocar con ellos, y me enseñaron un son antiguo, "el capotintin". Lo aprendieron de TíoJuanito, y Carlos Escribano (OrejaMocha) recordaba haberlo escuchado a su papá. Sólo por ese son hubiera valido la pena el viaje...

Capotintin, yo te he de tocar
con un gran violín
pa´ que tú lo puedas escuchar
como un mandarín

Como una aparición, vi que uno de los Cultivadores estaba tocando un manifestación gran violín. No era ninguna del se hizo una viola y la toca en encanto: era Luis Lavalle, que está en la Escuela de Laudería en Querétaro, y los sones. Esto les da un sonido magnífico, por la calidez de timbre del instrumento y, sobre todo, por el respeto que ha tenido Luis para aprender de TíoJuanito figuras precisas en la guitarra. Cada vez que toque yo el capotintin mi imagen mental será Luis con su gran violín apareciendo de la nada.
Andrés no regresó a Casa de Cultura esa noche, pero conocí al líder del proyecto de grabación de California, un guitarrista clásico que nació en Ciudad Juárez y ahora vive del otro lado de la frontera. Los comentarios que insertaré en itálicas ahora son de él: Eduardo García Acosta.

migrantes somos y cruzando fronteras andamos...

Gentilmente, Eduardo (y al día siguiente, Andrés) me permitieron ir con ellos a las comunidades donde iban a grabar. Además de llevarse las cintas para tenerlas en la universidad, ellos van a dejar copias de todo en la Casa de Cultura, como acervo regional. Me encantó ese formato de proyecto, porque están cubriendo una carencia real, las instituciones mexicanas que graban y filman, pocas veces dejan material en el lugar (hablaré más amargamente de ello en otro texto).
Me llamó la atención ver el trato que nos dieron a todos en las comunidades y, especialmente, el poder de convocatoria de músicos que tuvieron las grabaciones.

Cada vez que queríamos decirle a un músico campesino que deseábamos ir a visitarlo personalmente a él y a sus compañeros para grabarlos, teníamos qué ir a visitarlo personalmente, incluso cuando había teléfono en su área. Aquí el mensajero es el mensaje.

Efectivamente, a diferencia de quienes usamos el ciberespacio como nuestra propia casa, y quienes vivimos en ciudades grandes donde hace mucho hay teléfono, televisión y radio, en la Sierra se valora el dar la cara. Es una atención, es una muestra de respeto. Pero además, Andrés Moreno, por años y años ha convivido con los músicos como un igual. Puede darse el lujo de convocarlos, porque cuando hay un compromiso en las comunidades (velorio, fiesta patronal, bautizo, boda), él va a tocar también. Cuentan con él, entonces él puede contar con ellos.

Muchos de los campesinos que hemos grabado no tienen experiencia en
escenario ni conciencia de tocar en público. Nuestros micrófonos los ponen apenados y nerviosos, porque dividen el espacio que ocupa un grupo de personas, entre actores y público. Ocurre lo mismo con el escenario. Este, sea una sala de concierto o teatro, es -para la gente que va a escuchar música, sumarse a ella, cantar y bailar- un monumento a la imposibilidad de dicha conexión. Aquello que ha sido creado y compartido comunalmente no puede ser traído de nuevo a la vida en un escenario o sala de concierto: el escenario es el epitafio para la conexión que alguna vez permitió a las comunidades aprender a  convivir.

Ana Zarina Palafox Méndez
Julio 2004

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