El son jarocho y el encanto III

 

En Santa Rosa Loma Larga, don Domingo Martínez nos comentó:

-Pues vinieron de México a grabarnos, y quedaron de hablar. Así me dijeron, le vamos a hablar pronto. Yo no he salido lejos, apenas he ido a San Andrés un par de veces. Pero en la caseta saben que estoy esperando una llamada y de haber hablado los que grbaron, pues me dicen.

-Oiga, don Domingo, ¿se acuerda cómo se llamaban?

-Por ahí lo tengo apuntado, pero nadie más me llamaría de México. Por ahí hasta dice en dónde trabajan. Pero ya hace más de tres años, espero que no les haya pasado algo... pero es que es raro que no llamen.

Yo no sé si se trata de las personas que me imagino. Por eso no pongo nombres. Pero si son ellos, el disco salió a la venta a fines del 2000. Si son ellos, sé que son buenas personas, que no hay mala intención. Tal vez nomás una diferencia de códigos sociales...

Platicando con una de las personas de San Diego acerca de algunos músicos de otra comunidad que estaban citados, y no llegaron a la grabación, ella me decía que desde California hasta Santa Rosa eran muchos kilómetros, muchos transportes diferentes, cargando equipo y caminando largos trechos, y que hubiera querido llevarse el material completo.

-Creo que, aunque sean pocos kilómetros, a ellos les cuesta tanto o más trabajo venir hasta acá. Lo que para nosotros es relativamente fácil, como desembolsar el costo del avión o autobús, y dedicar este tiempo de vacaciones a venir, para ellos es prácticamente imposible. Para asistir a un compromiso, pueden caminar horas, incluso días. Tienen qué interrumpir sus labores, ver qué llevan de itacate para comer en el camino, cuando éste es largo, y no siempre pueden. La labor de ustedes es innegablemente valiosa pero ignoro si, para ellos, una grabación tiene más importancia que las fiestas patronales o acompañar a un pariente para divertirlo en su velorio...

En Comoapan, don Gabriel Hernández salió a tocar el güiro, y cantar, para la grabación. Se sentía un poco enfermo, creo que tiene diabetes, y ese era un día crítico para él. Su esposa nos recordaba constantemente que no duráramos mucho, porque se tenía qué ir a descansar. Esta vez, como no estaban los músicos que habitualmente tocan con él, lo acompañaron Andrés Moreno y Luis Lavalle, con jarana y guitarra. No era la primera vez que grababa, él nos dijo algo similar:

-Ya vinieron otros con sus aparatos, y quedaron en que, si salía un disco, me lo iban a traer. Ya hace tiempo, pero no he sabido nada de ellos. Les he hablado a los teléfonos que me dejaron de CONACULTA, pero me dicen que ya no trabajan en esa oficina...

Don Gabriel me enseñó la tarjeta que le dejaron...efectivamente era institucional. Y también de personas que conozco.

-Don Gabriel, es que en esos trabajos cambian a la gente sin preguntarles, y a veces dejan cosas sin terminar, pero no es culpa de ellos.

-Me hubieran hablado nomás para darme alguna razón... para que ya no los espere. Ya es mucho tiempo.

Desde allá se ven las cosas de otro modo. Sí hay diferencias de códigos, por supuesto. Y diferencias de situaciones. Pero, sobre todo, diferencias de prioridades. Lo que para un promotor cultural o investigador institucional es un testimonio más en el acervo de su fonoteca, visto de cerca, cara a cara, es un hombre que, a pesar de sus dolencias físicas, ama y valora su música, se sabe importante en el rol comunitario que ha tomado –el don, como dicen ellos, de divertir-. Pero por encima de todo lo demás, la palabra.

Una cosa es Nopalapan, y otra es el Blanco de Nopalapan. El casco de la hacienda, la Casa Grande y sus alrededores es donde habitaban los trabajaban de fijo en la hacienda, gente de confianza. A ellos se les daban casas alrededor. En este caso, la mujer del hacendado tenía manía por el orden, y ordenó que estas casas se construyeran perfectamente alineadas, y dicen que no le gustaba ver ni una basurita tirada, que este lugar estaba brillante como espejo.
Por otro lado estaba la comunidad de los jornaleros y arrendatarios, un poquito más lejos. A eso se le llama el Blanco. (Andrés Moreno)

En el Blanco de Nopalapan que, debido a su buen porcentaje de sangre negra es una población notablemente bailadora y juguetona, mientras grababan a don Benito Mexicano con sus compañeros Nazario, Salomón y Cutberto, él exhibió su oficio de cantador, y empezó a echar versos a las visitas. Cuando recibí un verzazo directo a la cabeza (que hacía una afectuosa referencia a mi pierna cruzada y mi güerez), estuve a punto de brincar y contestarle de inmediato. Afortunadamente, al casi tropezar con las grabadoras, recordé que yo era público, y que había una división entre éste y los intérpretes. Nimodo, me esperé hasta que los aparatos estuvieran desconectados, y me acerqué a don Benito, con la décima lista.

Don Benito me miró unos dos segundos, entre divertido y desconcertado. Pero de inmediato contestó con una sextilla, y ahí comenzó el agarrón.

Entre risas, décimas, quintillas y sextillas, terminamos dándonos la mano. Salí de la casa (a fumar un delicado, como siempre y disfrutar el fresco que había traído una oportuna lluvia) cuando me encontré frente al fogón de su cocina abierta a la esposa de don Benito, riéndose también.

-Regresaba yo de la caseta de hablar por teléfono, cuando me dijeron que estaba una mujer de fuera echando versos con mi marido, contestándole todo.

No recuerdo cómo iba la sextilla, pero era para decirle que yo me iba al ratito, que su marido se quedaba ahí con ella (ya me curo en salud, aunque sea de broma, jeje).

Entonces, ya entradas en la plática, me contó que no se le había hecho raro, que ya antes una mujer jaranera y bailadora había estado con ellos tiempo atrás, hasta me señaló el cuarto donde la alojaron, y que también a ella le gustaba versear con don Benito.

-Estuvo aquí algún tiempo, filmando nuestra forma de bailar y también enseñándonos unos pasos. No ha regresado, y no nos dijo para qué quería la grabación. Pero cuando estuvo aquí nos divertimos mucho.

-Oiga, ¿y no habrá sacado algún video o libro con lo que aprendió aquí?

-No creo, porque ya nos lo hubiera traído a enseñar...

Estoy reflexionando mucho acerca de las grabaciones de campo. Sé que siempre se tiene un presupuesto limitado –cuando trabajé en una casa de cultura ni siquiera nos podíamos plantear la idea de hacer algo así- pero pocas veces se incluye en el proyecto la retroalimentación hacia las comunidades objetivo.

Vistas desde allá, tantas cosas urbanas y burocráticas son absurdas... y muchas otras cobran extrema importancia, sobre todo el contacto humano. El verdadero contacto.

Este grupo de californianos encontró que, el mismo canal para localizar a los músicos –la Casa de la Cultura de San Andrés- será útil para retroalimentar a la región, dejando testimonios grabados de lo que es el son actualmente –y que es muy distinto al son en otras zonas-. Pero hay tanto por hacer de parte de los mexicanos mismos. Conozco casos en los que sí se les hace llegar a los músicos el resultado de las grabaciones –Alec Dempster es uno de ellos-, y habitualmente son productores individuales, con poco o ningún apoyo institucional, mayormente otorgado después de que el trabajo fuerte se hizo, y solamente para facilitar la edición del material.

Pero ¿qué pasa dentro de las instituciones? Yo le llamaría "egolatría burocrática" a la ruptura de apreciación de los fenómenos sociales. En muchos organismos he observado –y a veces he sido parte de ello- una actitud neomesiánica, donde la gente "de dentro" siente que es el centro de la cultura nacional. Que sus programas y planes son indispensables para el desarrollo cultural, que las comunidades por sí mismas jamás hacen algo. Y peor aun, en muchos casos, las culturas populares se siguen considerando inferiores.

Desde esta plataforma, es fácil que la grabación de campo se considere una simple actividad de enriquecimiento de las fonotecas –que también, en su mayoría, no están al alcance de los mortales comunes y, cuando lo están, nadie los ha informado. En lenguaje institucional diría que la difusión del acervo está fallando, por lo tanto no existe una promoción adecuada de los elementos culturales. Claro, esto ayuda a los investigadores que, poco a poco van esclareciendo los intrincados vericuetos de las ciencias antropológicas, pero deja de lado totalmente al factor humano inmediato.

Y aunque algunos de los burócratas de la cultura salen de sus oficinas para ir al campo, muchas veces "llevan el escritorio consigo", es decir, cargan con un paradigma, una perspectiva urbana institucional que no les permite abrirse, ponerse en los zapatos de quien está en una región cultural distinta a la nuestra. En otras palabras, recordar que nuestra estructura mental, social y cultural no es la única, ni siquiera la más importante o la más correcta: es, simplemente, una de tantas.

Otra faceta en que encuentro diferencias importantes es en el valor de la palabra. No me considero una persona mentirosa. Pero sí encuentro que yo –y la gente como yo, habitantes de Urbanolandia- usamos la palabra de una forma muy ligera, rayando en lo frívolo. Ya no digamos los estafadores profesionales. Los habitantes urbanos término medio fácilmente decimos –Yo te llamo –o también –Vengo el mes que entra, con una ligereza escalofriante, cuando muchas veces ni siquiera tenemos la intención de hacerlo. No nos imaginamos siquiera –incluso viéndolo, no lo interiorizamos, el impacto que una frase así tiene en otros grupos sociales. En los medios burocráticos es normal tener como premisa la frase papelito habla para hacer evidente que los acuerdos orales son destructibles. Eso vale para todo tipo de trámites, dentro y fuera de empresas o instituciones, que involucren un intercambio de bienes, dinero, prestigio o situación laboral. Ahorita estoy recordando el diálogo, en 1987 con Juan González, el constructor de "La Guanábana", mi arpa, cuando le di el anticipo para que me ha construyera:

-Oiga, Juan, ¿y no da recibos o algo así?
-¡Ja ja ja! ¿Qué? ¿acaso tengo cara de ratón?

Paradigmas diferentes, otra vez. Él tiene palabra, y ya me la había dado. No estoy dándole juicio de valor alguno a esta reflexión, no estoy tratando de idealizar a unos grupos humanos por sobre otros. Todos tienen pros y contras. Lo que me parece importante es tener conciencia de las diferencias cuando uno es el que se acerca a regiones que no son las propias.

Mientras tanto, don Gabriel, don Benito y don Domingo están pacientemente esperando razón de los que fueron a grabarlos alguna vez.

Ana Zarina Palafox Méndez
Julio 2004

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