El son jarocho y el encanto IV

Retomo, en itálicas, los comentarios de Andrés Moreno.

Es cinco de julio por la tarde, estamos en Calería, no lejos del Salto de Eyipantla. Después de haber pasado unas horas antes del mediodía viendo grabar a Los Cultivadores en el hermoso y bien nutrido jardín de la Casa de la Cultura –ya identifico al Chancarro cuando lo veo, Samuelaguilera, y aquí tienen uno bastante respetable-, llevo la oreja preparada para más sones pausados, con ese toque indígena que los hace mágicos.

Empiezo a conocer la rutina del equipo californiano: saludar con calma, preguntar por la cantidad de músicos y sus respectivos instrumentos, pedir sillas para colocar las grabadoras de CD, extender los tripiés para los micrófonos y la cámara, poner cableado, verificar niveles...

Como ahora –afortunadamente- no tengo participación alguna en el trabajo, me entretengo mirando la casa y el paisaje –ligeramente árido, para lo que yo esperaba- alrededor.

Cuando escucho la música, me acerco con el lomo erizado, como gato histérico.

¡Los Hermanos Paz, a pesar de no incluir el arpa en su dotación, habían comenzado una María Chuchena marisquera, marisquera, marisquerísima...! Si yo tenía la intención de romper mis propios esquemas viajando a la Sierra, estos señores me rompieron el paradigma y hasta el hocico con su repertorio. Casi me pongo mi falda de organiza de la Ciudadela, mi delantal de lentejuelas y me arrimo con "la guanábana" a cobrar "por pieza" (yo sí soy marisquera en la chamba).

No se te haga raro. Algunos, al escuchar en el radio esta forma de tocar el son, la han adoptado. Acuérdate que desde los 50´s el bombardeo ha sido continuo. Estos no reniegan de sus raíces (hay otros que sí) pero piensan que lo que oyeron por radio y televisión, es mejor, y están orgullosos de haber elevado su manera de tocar y cantar...

Con las caras iluminadas de orgullo, los Hermanos Paz hacían gala de virtuosismo televisivo, tocando rapidísimo, tremoleando la guitarra, haciendo el descante a voces y cantando puro verso sabido, de los clásicos cincuenteros, para terminar el son con un elegante "ay, aaaay..." perfectamente adquirido de Andrés Huesca y sus Costeños.

Continuaron con el canelo, la manta, la tarasca y el pájaro carpintero. Todos linochaveados.

Varias horas (y varias comunidades) después, tuve aliento para platicar con Eduardo García acerca de los Hermanos Paz. Y él me explicaba:

-No vengo a elegir lo que grabo, quiero un testimonio de lo que tocan en diferentes comunidades, y cómo lo hacen.

Efectivamente, la que le estaba dando juicio de valor al modo de tocar de los señores, era yo (a lo mejor eran celos de que ellos tocaran en el estilo del que yo vivo, jajaja).

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En Santa Rosa Loma Larga, don Domingo, al tiempo que afinaba su jarana, y nos mostraba la plantilla de una bandolina (usada para danzas, anteriormente de concha de armadillo), nos explicaba:

Pues la afinación por guitarra se puede usar para tocar boleros, corridos, canciones, muchas cosas. Pero no se oye lejos, apenas unos 100 o 200 metros. Las afinaciones normales de la jarana –así se refiere él a las que nosotros les llamamos antiguas- sí se escuchan. Si alguien viene entrando al pueblo y está afinado normal, ya luego lo estamos oyendo. La otra [afinación] es bonita, pero no sirve.

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El día 21, en el velorio de cabo de año de Juan Mixtega, llegaron otros músicos. Yo ya había participado desde el principio, ir por la Virgen a su casa, la procesión completita, varios sones al llegar y dos vasos de horchata; vaya, estaba en el grupo de los músicos que habían llegado primero.

Aquí los primeros jaraneros que llegan, son los que determinan la afinación. Van midiendo al o los cantadores, a donde puedan versear cómodos. El siquisirí es bueno para calar la garganta, y definir si le van a subir el tono, o al contrario. Y ya, cada quién ajusta su jarana a esa tonalidad. Es la ventaja de saber muchas afinaciones diferentes: si las cuerdas no te dan por cuatro, te dan por dos, o por chinanteco. Vaya, con alguna te ajustas. Y para las guitarras es lo mismo.

Como dictan las reglas (perdón Alejandroherrera, los protocolos) locales, al llegar a la casa de la Virgen, yo me había afinado en algo, de acuerdo a la tonalidad que escuché. Mi jarana tercera (o 3/4, vaya usté a saber, pero es grande) había quedado por cuatro. Y el requintito que me prestó Andrés, quedó por variación. Y así me entendí con los demás músicos. Hasta allí, todo era armonía (en cualquier sentido).

Algunos otros jaraneros se unieron después que yo, en la casa de la Virgen. Otros más se nos iban pegando a lo largo de la procesión. Pero todos seguían el mismo esquema: desde lejos, orejeaban el tono (y si alguien me pregunta si estábamos en do o en sol a estas alturas, lo ahorco) y se iban afinando, sin dejar de aproximarse. Ya cuando se unían, simplemente empezaban a tocar.

Pero, rayando el mediodía, llegaron los otros. Con las jaranas bien barnizadas (y no podría asegurarlo, pero de lejos me parecieron ensambladas, no escarbadas). Llenitas de incrustaciones, a lo moderno. Y ellos, luciendo pulcrísimas guayaberas que, en el ámbito de Los Tuxtlas, se veían extrañas.

No se incorporaron al grupo, ni siquiera se trataron de afinar con el tono que reinaba en el velorio. Ya venían bien afinados. Y tocaban con las posiciones por guitarra. Por supuesto, tocaban también marisquero. Un jarabe loco acelerado, con los innegables dibujos de don Lino Chávez. Y también descantando a voces, y con los romancillos sabidos:

Cogollo de lima
ramo de laurel,
¿cómo quieres, china,
que te venga a ver?...

La diferencia con los Hermanos Paz era más que evidente. Los Hermanos Paz tocan así por placer, estos músicos lo estaban haciendo como un reto. Casi podía escucharlos decir:

-Nosotros sí sabemos música, no como estos campesinos que cantan como pueden.

Los músicos con los que yo estaba no intentaron ni afinarse con los otros. Simplemente aguardaron con paciencia, aprovecharon para tomar agua, algunos (muy pocos) para fumar, hasta que los otros acabaron su jarabe loco. Cuando escucharon el silencio, simplemente se arrancaron con otro son pausado. Así, sin pleitos.

Estos músicos son de los que se echaron a perder. La comunidad ya no los considera parte de ella. Sí, de repente se dejan venir a los velorios, pero normalmente se alquilan para tocar. Cobran. Y entonces ya no tienen la misma jerarquía, la misma utilidad en los compromisos. Ya cobran por divertir.

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En Santiago, el 28 de julio, don Elías Meléndez estaba sentado en la Plaza Cervantina. No estaba en el fandango, porque la gente con la que iba se iba a regresar pronto, entonces estaba simplemente haciendo tiempo, ahí, desocupado.

Encontrar a don Elías así es un regalo invaluable. Me le fui a sentar a la misma mesa. Bajita la mano, con esa mirada ladeada bajo el sombrero, la que usa para ver si le estás poniendo atención, empezó a tocar una Indita en su afinación más habitual: por cruzado.

Si saben tocar por variación, el cruzado es muy fácil, pues son las mismas posiciones. Sólo cambia de afinación la quinta cuerda (lo cual hace radicalmente distinta la resonancia).

Pasamos un rato en el que me daba la jarana, verificaba que estuviera yo haciendo el ciclo armónico como debía, retomaba la jarana él, y le daba otra vuelta de tuerca a la complejidad del ciclo.

Cuando yo estaba satisfecha (y a riesgo de embotarme), dejé de poner atención a los acordes, para intentar desentrañar la mano derecha de don Elías. Probé varios ángulos, le caminé alrededor, me fui acercando más... Cuando, sin darme cuenta, mi serpentina cabeza estaba intentando meterse para intentar ver su mano desde dentro de la jarana, asomándome por el hueco (no sé por qué pensé que lo podía hacer, jeje) don Elías estalló en un ataque de risa, que rápidamente me contagió, así como a otros compañeros alrededor.

...desde la última vez que toqué con Cachurín, el año pasado, no había sentido esa ternura infinita. Don Elías se reía de risa, yo me reía de amor.

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Me quedé, en todos estos casos, pensando en aquel correo que mandó Andrés Moreno, especialmente estos párrafos:

Esto es lo mismo que sucede cuando en un fandango llegan los grupos de jóvenes que poco o nada saben de las raíces culturales de nuestros pueblos y cambian las afinaciones o posturas en los sones; o tocan sones fuera del alcance de los campesinos, por ser sones de moda en los círculos urbanos.
El campesino en estas circunstancias se siente desplazado, humillado, agraviado y no dice ni dirá nunca nada.

Hace unos meses tuvimos (yo también) una discusión en este foro sobre la generalización actual de la afinación por do. Marconio Vázquez se quejaba sardónicamente de lo incómodo que le resulta cantar toda la noche en este tono. Algunos acomedidos que no lo conocen, o no saben cuánto tiempo tiene en la música y el canto, paternalmente le aconsejaron cantar en otra voz. Yo de lo que me quejo es de que muchos de los jóvenes jaraneros ya no conocen los nombres tradicionales de las afinaciones, y tocan por cuatro y le dicen por do, y al por dos le dicen por fa, o le dicen afinación universal a la primera que les enseñaron en su curso o taller.

En un afán de occidentalización, algunas personas han decidido corregir la jarana, evitando las disonancias naturales de las afinaciones antiguas. Y han agregado "dedos" a algunas posiciones, para "achatar" los acordes al formato I-III-V de la armonía clásica europea. Incluso hay quien le ha quitado cuerdas al instrumento, dejándolo de 4 o hasta 3 órdenes, en vez de los 5 habituales. Haciendo esto, acaban con las disonancias naturales del son campesino. Según yo, eso hace que las afinaciones corregidas –al igual que la afinación por guitarra- tengan menos resonancia, como decía don Domingo.

Y algunos maestros de música nos contestaron que por cuestiones prácticas y didácticas, habían decidido estandarizar la afinación a do, porque es la escala más fácil...

Con un par de amigos que tengo entre estos maestros, seguí un poco la discusión frente a frente. Pero en el Foro, me sentí sola con mis nostalgias y me callé, ya que muchos de los que están jarocheando en el ciberespacio son, precisamente, jóvenes de talleres.

Pero precisamente por esto último, y por el gusto que tengo de que el son antiguo sigue vigente en zonas no invadidas por los talleres, los Encuentros o el ciberespacio, retomo, compartiéndoles algunas reflexiones:

-Cuando ni sabes, ni te importa la tonalidad en la que estás tocando, ningún tono es más fácil o más difícil.

-La jarana y la guitarra de son, son instrumentos orgánicos (ahora que la palabrita está de moda, jeje). Estos instrumentos maravillosos dependen, además del tronco o tablón que tengas disponible para escarbar, de la tensión de cuerdas que le acomode a tu mano, de la tonalidad que le acomode a tu garganta, de la hora del día en la que toques y tu estado físico y emocional. Estandarizarlos es perder la mayor parte de su magia. Es como fabricar solamente ropa unitalla, o zapatos del mismo número.

-Cada afinación tiene su canto particular, formado por las disonancias que la caracterizan, y la manera en que pongas y quites dedos para insinuar melodías mientras rasgueas (en el charango le dicen callampear). Un buen sonero campesino (como don Elías Meléndez) puede, por puro oído, decir en qué posiciones está tocando otro músico, sin verlo.

-Sería una lástima que se estandarizara la jarana (como ocurrió con la guitarra sexta, el violín clásico, etc.). Para muchos músicos académicos, incluso hasta jóvenes troveros (de los que quieren ser como Nicho Hinojosa) que respetan poco los instrumentos rasgueados y se postran de hinojos ante un arpegio virtuoso, la jarana es despreciable. Y sí lo va a ser, si insistimos en quitarle su riqueza armónica, y estandarizamos los rasgueos, o preferimos incorporar contratiempos flamencos y sudamericanos sin conocer la compleja simplicidad del manejo de los acentos que da el indígena o el llanero.

Ya lo he comentado infinidad de veces, vivo de ser marisquera. Me encanta ese estilo, y no me dio pena salir en Sexos en Guerra, jeje. También lo he dicho, me encantan los sones nuevos, producto del movimiento jaranero. Y me parece fascinante ver la cantidad de jóvenes conversos que prefieren acudir a un fandango en vez de a un antro o un Slam. Pero es cuestión de situarse, saber dónde se encuentra uno, y disfrutar los usos y costumbres, los protocolos del lugar.

Ana Zarina Palafox Méndez
Julio 2004

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