Fandango no es pelea de gallos
Conozco estas formas de aprender a tocar música en grupo:
1. Entrar a una escuela de música, y seguir el largo y tortuoso sistema teórico para poder ser un instrumentista guiado por un director, siendo consciente o no del propio papel en el sonido comunitario. En este caso, el director se hace responsable del resultado final.
2. Integrarse a un grupo con experiencia, y ajustarse a las normas de conducta escénica y de ensayo que ya estén determinadas. En la medida en que uno analice los porqués de éstas normas y las haga suyas, será capaz de convivir artísticamente con otros músicos.
3. Conseguir un maestro excelente que sepa desglosar y transmitirnos todos los detalles de "sintonía fina" necesarios para lograr la armonía grupal, tal vez dirigiendo un grupo de alumnos y haciendo las observaciones pertinentes.
4. Al viejo estilo de las escuelas pitagóricas, pasar por un periodo (de varios años) en el que solamente se nos permita callar y observar, después otro en el que podamos preguntar y mucho, mucho después, empezar a participar activamente.
5. Haber nacido en una zona en la que reine el respeto a los viejos, y al acercarse a ellos todo lo que puede uno aprender en los puntos anteriores se dará por añadidura.
Seguramente existen otras formas... estas son las pocas que, combinadas, me han formado a mí, a la "yo músico". Tal vez esté "deformada" por conceptos que pertenecen a la música "académica"... o simplemente nostálgica de aquellos fandangos en que, independientemente de la presencia o no de luz eléctrica (je je) los viejos de rancho hacían brillar la tarima oficiando un ritual en que las cuerdas eran el pan y las voces el vino.
Hace un par de semanas utilicé el término "chilanguización" para describir torpemente las causas de la ausencia de magia en los fandangos (lo cual hizo que un paisano mío se enojara mucho, je je). Como sentía incompleto mi término, la intriga se quedó rondando en mi cabeza, pues no son sólo los chilangos los que bloquean esa magia. Y como casi siempre hago después de cometer un error, callé y observé con más cuidado. Y voy a hablar sólo de la música, pues a los bailadores les pertenece el derecho de hablar de la otra parte.
He estado tocando con José Ángel Gutiérrez y Tere, apaciblemente en casa de ellos (y sin consumir drogas, jejeje, quienes me conocen saben que el único tóxico que uso es el tabaco). Como cualquier músico sabrá, la magia no se da en el "primer minuto del partido". De pronto, cuando uno menos la espera, brota desde un oscuro rincón armónico y nos rodea con su etéreo polvo dorado. Nos perdemos en el infinito, volamos sin control, nos desmaterializamos, nos mezclamos con las partículas de nuestros "compañeros de viaje" hasta formar una estela fulgurante como cola de cometa, damos varias vueltas al Cosmos para después, suavemente, aterrizar, mirando dulcemente los rostros físicos de quienes ascendieron con uno y están poco a poco abriendo sus ojos también.
Quien ha conocido este estado, sabe que el sexo no es sino una pálida sombra de lo que puede llegar a ser la COMUNIÓN entre dos o más almas. También existe el vuelo musical solitario, y tiene sus propios matices.
ESO es lo que estoy extrañando en los fandangos. Y no se va a dar mientras los participantes no alcancen este estado. Los viejos entran y salen de él fácilmente, como dicen en mi rancho, "ya saben el caminito". Y no necesitan tampoco consumir drogas, porque su cerebro ya incluye las sustancias que detonan ese viaje, así, naturalito.
Pero quien no lo ha vivido nunca, quien nunca ha recorrido esa senda rodeada de arco iris y árboles parlantes, pues no me va a entender siquiera... mucho menos a los viejos. No será capaz de percibir ese código que, aun a la vista de todo el mundo, está oculto para muchos. Un amigo mío lo llama "alcanzar a pellizcar el arte".
Tal vez eso es lo que quiso decir nuestro amigo "el Tío" con eso de los "fandangos sin luz eléctrica". Por lo que me han dicho de él, no tuvo la oportunidad de conocer los fandangos de hace 15-20 años, pero seguramente percibió recientemente esa magia en algún rancho. Incluso en el tiempo que menciono, cuando en Tlacotalpan se podía hacer fandango en el corredor frente a la Casa de Artesanías (muy iluminado, por cierto, jeje), se daba la magia alrededor de las 3 o 4 de la madrugada, no antes. Y es que los viejos se quedaban solos y, quienes nos arrimábamos a tocar con ellos, entrábamos bajito, con humildad y respeto, quedándonos un poco lejos hasta ver la sonrisa aprobatoria de alguno de ellos, diciéndonos que nos acercáramos. Esos eran Maestros. Nos dejaban arrimarnos porque sabían que su magia era fuerte y no iba a disolverse con unos cuantos de nosotros; sabían controlarnos, y nosotros los dejábamos hacer (menciono aquí especialmente a Río Crecido, de Santiago Tustla, que en la actualidad mantiene esa forma de aprender, tal vez por su dulce calidad humana).
Es cierto, los chilangos de ese tiempo teníamos técnica en las manos, obtenida de otros lados, de otras músicas, y eso nos permitía copiar fácilmente un jaraneo base o un tangueo con sólo verlos, como si nos convirtiéramos en un espejo de ellos. Por eso no pecábamos de torpeza que estorbara a esa magia... Cada uno de nosotros era capaz de hacer muchos otros contratiempos, podíamos tocar la jarana como huapanguera Huasteca, o como charango, requintear blues o rock, repicar el tambor como locos (¿verdad, Honorio?) pero en un fandango no lo hacíamos, porque también teníamos RESPETO.
Incluso los que fuimos criticados por "destrozar el son", nomás lo hacíamos durante nuestro turno en el Encuentro de Jaraneros, que es el momento en que cada grupo puede mostrar su trabajo, extraño o tradicional, novedoso o sencillo, sin estorbar a los otros.
En fin, parafraseando a don Guillermo, "el fandango es el fandango". O lo era.
Recuerdo que en el fandango de Tlacotalpan los grupos establecidos (a veces hasta con sonido) tocaban por turnos, y ninguno se desgastaba. Y conforme avanzaba la noche, se iban a cenar o a dormir. Tal vez esa parte sonaba "oficialista", pero funcionaba bien.
Los viejos se acercaban entonces. La mayoría se conocían entre sí, pero algunos no, y de todos modos podían tocar juntos, porque para eso es la estructura del son. Pero claramente reinaba la mística de "hacer música entre todos juntos", que también para eso es el son. Si había tres guitarras de son, pues dos estaban tangueando, mientras otro desarrollaba sus complicados bordados. Y era claro que era su turno y cuando, satisfecho, reposaba en el tangueo, alguien entraba a cantar o a requintear a su vez. Y si había cinco jaranas, las cinco estaban haciendo base y, de vez en cuando, una se despegaba un poco nomás, para "cantar" el son con acordes o floreos (como con placer vi hacer a Gilberto Gutiérrez en Playa Vicente el sábado pasado) pero sin elevar la velocidad ni el volumen del conjunto de músicos. Incluso hasta se podía tocar arpa, y ésta se escuchaba claramente.
Los años en que dejé de asistir a La Candelaria, hubo grandes cambios... Al principio estaba pensando que yo estaba de un ánimo muy amargo y eso alteraba mi percepción. Incluso este año que me empecé a acercar a algunos fandangos jarana en mano, pensé que el problema que tuve el año pasado con mi mano derecha no me permitía tocar con fluidez. Pero ahora estoy segura que no son esas las razones por las que sigo sin sentirme a gusto en algunos fandangos.
Sin decir nombres, porque no me refiero a personas específicas, voy a mencionar varios "tipos conductuales" que he observado en los fandangos.
a) El que en cuando llega un músico que no conoce, se aleja con cara de desaprobación, incluso cuando el que llega no ha comenzado a tocar todavía.
b) El que se para junto al desconocido para "medirlo", aventándole todos los contratiempos de los que es capaz, a lo que dé de volumen su jarana, para "sacarlo".
c) El que arrebata el verso, cantando aunque no haya pasado suficiente tiempo para zapatear.
d) El que empieza a contestar un verso y se calla de inmediato (por cualquier razón), impidiendo así que otro conteste, y dejando el verso incompleto.
e) El que canta junto con el pregonero, dejando la respuesta a una voz (al pregonero hay qué dejarle la libertad de cantar solo, uno no sabe si él pensaba concluir de otra manera).
e) El que "solea" todo el tiempo con su instrumento.
A este último tipo, pertenecen la mayoría de los participantes en los fandangos durante La Candelaria en Tlacotalpan. En otros fandangos a los que he asistido sobre todo este año, también hay algunos presentes aunque, al ser fandangos con menor densidad de población, no rompen tanto la armonía.
Pero estoy diciendo solamente armonía, no MAGIA. Ocurre que estas cinco "conductas" (y muchas otras que ahorita se me escapan) impiden el libre flujo de la música. Se me ocurren ahora miles de metáforas para describir lo que estoy sintiendo en algunos fandangos: peleas de gallos, equipos de futbol con 11 delanteros y nadie en la defensa y la portería, equipos de béisbol con puros lanzadores y ningún bateador, un grupo de reposteras donde todas quieren poner el betún pero nadie mezcla la masa... en fin, estamos queriendo protagonizar al máximo en los fandangos, y con nuestra actitud guerrera los estamos destruyendo. Eso es lo que siento, eso es lo que me estorba y me molesta. y no son los chilangos, ni los jóvenes, ni las mujeres, ni los extranjeros, ni los solteros... como decían del SIDA, "no respeta raza ni credo ni posición social".
Ahora sé que a eso me refería cuando empecé a apoyar la polémica de las "reglas del fandango". A ponernos de acuerdo para HACER MÚSICA JUNTOS, que cuando logremos eso, las musas nos rodearán de pronto con su MAGIA.
Mientras, Cachurín sigue discretamente de pie por las tardes en la puerta de la farmacia "La Potranca", dispuesto a tocar su guitarra y sonreír con paciencia y aprobación cuando alguien aparece con una jarana...
Ana Zarina Palafox Méndez
Septiembre de 2003