Don
Juan Reynoso Portillo no era tan conocido. Ya estaba en varias
grabaciones de especialistas, como el álbum
Antología del son de México, además de otro disco
con la Universidad Autónoma de Guerrero, y varios discos de
grabadoras pequeñas, locales, como los tres casets producidos
por Marco Antonio Bernal, amigo suyo, compadre y promotor
entusiasta, y otros más producidos por Adán Ortega. A unos
pocos alumnos de etnomusicología, sus maestros les habían
hablado de él. Otros pocos de los que pasaron de andinos
setenteros a mexicanistas ochenteros lo habían ido a
buscar para conocerlo; entre ellos, Rafael Camacho, quien cuenta
que llegaron a Ciudad Altamirano, y les informaron que Don Juan
ya se había mudado hasta Michoacán. Para su alivio, resulta que
estaba en Rivapalacio, separada de Altamirano solamente por un
puente sobre el Río Balsas. Rafa me regaló en 1993 un caset
copiado del disco el Paganini de Tierra Caliente de
Don Juan, editado por Discos Corasón.
En "El
Balcón Huasteco", lugar donde estaba yo tocando,
organizando actividades varias y ayudando en los talleres,
estábamos Rolando Hernández el Quecho, Rafa Camacho
y yo ideando cómo llevar más gente a que conociera ese lugar,
abierto unos meses antes por Rolando, como sede del Trío
Chicontepec. Creamos el Primer encuentro de huapango,
planeándolo para marzo de 1993.
Lindajoy Fenley (periodista, corresponsal en México
para varios países) ya tenía alguito de tiempo en
México, cuando fue a Tlacotalpan a las fiestas de La
Candelaria, acompañando a Rosalinda (que en ese tiempo
formaba parte de Los Folkloristas). Yo andaba ahí,
repartiendo volantes del Balcón. El destino quiso que le
diera uno a Linda que, en marzo, se apersonó en El
Balcón. Trabó amistad -y después una relación de
pareja -con Germán Hernández Azuara, de Los
Brujos de Huejutla. Linda tocaba desde hacía años
mandolina y guitarra, había sido caller en square
dance y conocía a profundidad varios géneros
tradicionales en Estados Unidos (sí, hay música
tradicional allá), y, con esos antecedentes, se encantó
con el son huasteco. |
El mismo año,
andaban Germán y Linda en una tienda y él le recomendó comprar
un caset, mientras le decía: "Mira, esto no es
huasteco, pero el violín te va a encantar". Era Don Juan
Reynoso.
Lindajoy,
después de escuchar el caset con mucha frecuencia, exclamó:
¡Ay, quiero ir a conocer a Don Juan!
En cuanto
pudieron, el 3 de mayo de 1993, tomaron el Tsuru azul claro
metálico de Linda, y recorrieron el camino Toluca-Tejupilco
hacia Ciudad Altamirano y Rivapalacio. La sencillez de Don Juan,
y el hecho de que tocara con tal vigor después de haber pasado
los ochenta años, enamoraron definitivamente a Lindajoy.
Yo la había
seguido viendo ocasionalmente, en el Balcón y en otras
actividades relacionadas con la música mexicana. Ella se
autodefinía antes como trabajólica, pero había empezado
a lograr un equilibrio y un disfrute de la vida, ayudada por
Germán y la música. No estaba yo muy cerca cuando Linda
gestionó que Don Juan fuera al vigésimo Fiddle Tunes Festival
en Port Townsend, Washington, en 1996. Este es un encuentro de
violinistas tradicionales de Estados Unidos y otros países. La
música calentana jamás se había escuchado ahí, e hizo furor.
Para enero de
1996, Linda, con la colaboración de Jesús Peredo (Cuernavaca,
Morelos) y Carlos Martel (Radio Cambio 1440), organizaron un
concierto en el Polyforum Cultural Siqueiros, donde tocaron,
además de Don Juan y su conjunto, Balfa Toujours. Este concierto
fue cubierto por la prensa mexicana y la televisión.
Linda, que el
año anterior ya había tomado un Diplomado en Etnomusicología
en la ENAH, mientras el Instituto de Cultura de Guerrero
trabajaba el armado de carpeta curricular y las gestiones para
que a Don Juan le fuera otorgado el Premio Nacional de Ciencias y
Artes, cosa que sucedió en noviembre del mismo 1997. Fue el
segundo músico tradicional así reconocido, después de don
Zeferino Nandayapa. Personalmente, otorgo más mérito a este
segundo premio, ya que Don Zeferino se ha mantenido muchos años
cerca de las instituciones (como quien dijera en el
ajo), y Don Juan, quien había viajado a México con su
guitarrista Cástulo Benítes de la Paz a tocar en la época de
los cabarets y centros nocturnos, se había regresado a su tierra,
quedando en un ámbito local.
También en 1997,
tal vez poco antes de darle el premio, el Museo Nacional de
Culturas Populares le organizó un homenaje a Don Juan. Lindajoy
fue invitada a la mesa de participantes, y ahí repartitó
papelitos para que le escribiéramos mensajes al Maestro, que le
fueron dados en una jarra de amor en el siguiente
Fiddle Tunes. Linda me recuerda que yo le escribí el diálogo
que sucedió entre Bernstein y una admiradora suya_
Maestro, daría mi vida por tocar como usted.
Esa es la diferencia, señora: yo ya la di.
El viaje a
Fiddle Tunes (incluyendo que Don Juan fuera el único invitado
vitalicio a ese festival), el concierto del Polyforum y el Premio
detonaron una cascada de acontecimientos. Linda quedó como
administradora del Fondo Especial para la Promoción y Difusión
de la Obra de Juan Reynoso ante el FONCA. Dio de alta, además,
la Asociación Civil Dos Tradiciones, y empezó a organizar con
ello encuentros anuales que incluyeron conciertos en San
Ildefonso, y un viaje a Tierra Caliente de varios días donde
músicos de ambos países compartían sus géneros en el
escenario y convivían el resto del tiempo, dando lugar a un
conocimiento y aprecio mutuos invaluables, como a ensambles
musicales de lo más variopintos.
El II Encuentro
de Dos Tradiciones fue el concierto en San Ildefonso el 16 de
abril de 1998, y 18 y 19 un festival en el Centro de Convenciones
de Tierra Caliente, Cd. Altamirano, con la participación de los
músicos estadounidenses del año anterior, el conjunto de Don
Juan, Los Brujos de Huejutla, y el Grupo Yolotecuani de Tixtla,
Guerrero. Se integraron clases de baile de los distintos géneros,
cronistas de Tierra Caliente, un taller demostrativo de
construcción de tamborita y una transmisión en vivo en Radio
Educación, con el equipo de Edmundo Zepeda.
Paul Anastasio,
maestro de violín de Seattle, especialista en swing, quien
había escuchado a Don Juan por primera vez en en Fiddle Tunes en
1997 y en el II encuentro de dos tradiciones en 1998, empezó a
viajar a Ciudad Altamirano con frecuencia, para tomar lecciones
con Don Juan y transcribir las piezas que éste tocaba. Difícil
labor, ya que el violinista calentano tenía cientos de piezas en
la memoria, pero en muchos casos ya no tenía claro si eran
aprendidas o compuestas por él mismo. Una cascada de sones,
gustos, pasodobles, foxtrots, marchas, valses y hasta tangos y
overturas desfilaron por el oído y la grabadora de Paul. Para
empeorar las cosas, la sesquiáltera, métrica
omnipresente en el son de México, le resultó inextricable a
Paul, y la libertad de los violinistas de la Cuenca del Balsas
para ensamblar diferentes versiones de una misma pieza (especialmente
en los sones y gustos) variando los adornos después del
tema principal, casi hace enloquecer a este bienintencionado
transcriptor. Cuando Paul regresaba a Tierra Caliente, después
de pasar en limpio y organizar las partituras, las interpretaba
para que Don Juan las escuchara y verificara. Don Juan hacía los
comentarios pertinentes y, al quedar éste conforme, Paul le
pedía que las tocara otra vez para un nuevo chequeo, a la
inversa. Entonces Don Juan hacía tal cantidad de variantes, que
Paul casi estaba seguro que se trataba de otra pieza.
Para el III
Encuentro, en 1999, Lindajoy quiso poner los conciertos en las
plazas públicas de Tierra Caliente, debido a que el ambiente del
Centro de Convenciones fue más bien frío, y no acudió la gente
a la que ella quería llegar: el pueblo calentano. Radio
Educación estuvo presente de nuevo. Con fondos combinados entre
el FONCA, las donaciones deducibles de impuestos de Dos
Tradiciones (la mayoría conseguidas con empresarios medianos de
la zona), aportaciones de los Municipios donde se realizó y
muchísimo trabajo voluntario, sobre todo de Linda, la música
calentana salió de los centros botaneros y zonas de tolerancia
donde estaba mayormente recluída y se aposentó en los
kióscalos (término de Cástulo Benítez) para ser bailada
en público por las señoras pudientes.
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En ese año, yo
estaba dirigiendo la Casa de Cultura Griselda
Álvarez, perteneciente a la Delegación Cuauhtémoc del D.
F. Trabajaba en una zona verdaderamente cosmopolita, los
límites entre Tepito, La Lagunilla y el Centro Histórico, cerca
de la acremente famosa Plaza del Estudiante. Mi población
atendida constaba de vecinos trabajadores, comerciantes
informales, indigentes, teporochos, policías, asaltantes y
niños de la calle; vaya, muy diverso todo.
Había cerca una
casa-hogar para niños de la calle, la Fundación Renacimiento,
dirigida por Pepe Vallejo, con quien yo había hecho un convenio
de palabra para llevar actividades artísticas. En una plática
casual con Lindajoy al respecto, ella ofreció colaborar con
grupos cercanos a Dos Tradiciones. Así llevamos, entre otros, a
Yolotecuani, que había ido al encuentro los primeros dos años.
Y los niños zapatearon el son de tarima de Tixtla. Yolotecuani.
Linda, por esos días, me encargó un artículo sobre el
violín en México para la revista Fiddler. Con estas dos
actividades, retomamos el contacto cercano. Terminé mi trabajo
en la Casa de Cultura en diciembre de 1999.
Para mediados de
enero del 2000, ya enterada de toda la labor reciente de Linda,
le ofrecí ayuda. Ya ella estaba también editando revistas y
discos compactos, tenía un programa de radio, daba pláticas
sobre sus experiencias con los músicos y, en sus ratos de
descanso, escribía y enviaba los artículos
financieros que le permitían sobrevivir. Lindajoy jamás
tomó dinero para ella del FONCA, a pesar de que tenía derecho a
usar un porcentaje para gastos administrativos.
Se había
adoptado, además, como hija de Don Juan. Cuando se enteró de
que el estado de salud del violinista estaba deteriorado, le
consiguió atención en el Hospital de Nutrición con la ayuda de
Gela Manzano, directora del Instituto de Cultura en Chilpancingo.
Ya trabajando de cerca con ella y cobrando lo mismo, o sea
nada la vi ir a la terminal de observatorio para esperar la
llegada de Don Juan a las 6 de la mañana y llevarlo a análisis,
consultas y ocasionalmente velarle días de hospitalización.
Hospedarlo en su casa, a veces también junto a su esposa
Esperanza y su hijo Javier, cocinarle dietas especiales,
conseguirle medicinas y explicarle a la familia diagnósticos y
cuidados recomendados por los médicos. Y quererlo mucho, sobre
todo quererlo mucho.
El 10 de febrero
del mismo año 2000 era la presentación del primer folleto de
transcripciones de Paul Anastasio, y se realizó en el Museo
Nacional de Culturas Populares, con la amorosa complicidad del
etnomusicólogo Gonzalo Camacho. Linda había ido al amanecer a
recibir a Don Juan y Esperanza a Observatorio. Llegué a su casa,
donde además estaba esperando a Paul Anastasio que llegaba con
un alumno ya pre-enamorado del son calentano, y venía por
primera vez a México, para ayudar a Paul en las transcripciones,
violinista concertino egresado de la Universidad Pudget
Sound en el Estado de Washington: David Tobin.
Ya llegados
todos, hechas las presentaciones del caso y rápidamente
desayunados, Linda organizó la caravana para ir a Coyoacán, la
presentación era a las 11 de la mañana. Ahí me aterroricé:
tenía qué llevar a Don Juan en mi coche, y todos los demás
irían en el heroico Tsuru de Linda, ya que en mi cajuela iban
libros, revistas, discos... Yo manejaba un Citation de mi papá,
en el que jamás me sentí segura. ¡Sentía que, si le pasaba
algo a Don Juan, CONACULTA, FONCA y hasta el INAH me podían
meter a la cárcel! Llegamos sin percances, con todo y que yo no
podía quitar la vista de las manos de Don Juan, intrigada
y lo sigo estando cómo, con esos dedos fuertes y
gruesos, que parecían raíces de parota, podía tocar
melodías tan dulces y complicadas.
A la hora de las
preguntas de prensa, alguien le preguntó a Don Juan cómo era
que la fama reciente le estaba alterando la vida.
Éste se le quedó mirando sin comprender. El periodista repitió
la frase con más énfasis, creyendo que el músico, a su
avanzada edad, podría tener un problema auditivo. Don Juan
seguía mirándolo, boquiabierto.
Que si le gusta viajar y conocer mucha gente tradujo Gonzalo, con una sonrisa.
¡Ah, sí! Estoy feliz... contestó Don Juan, con la cara entusiasmada.
Ese día supe lo
valiosos y bilingües que son los etnomusicólogos. Y las
Lindajoys.
Paul
había llevado unos pocos ejemplares (como 25, que fueron los que
pudo pagar) de su libro impresos en casa, y engargolados. Él
tenía la intención de que su exhaustivo trabajo de
trascripción pudiera servir para facilitar que hubiera nuevos
violinistas en Tierra Caliente, él había observado que en esa
zona ya estaban envejeciendo los iconos, y no había quien
continuara con la música. Frente a la prensa y varios de los
representantes de instituciones ofreció, para empezar, donar los
que fueran necesarios para que los alumnos y maestros de violín
de escuelas, conservatorios, fonotecas y similares los pudieran
tener a su disposición. Hizo el mismo ofrecimiento a las Casas
de Cultura de diferentes Municipios de la Cuenca del Balsas.
Linda consiguió mensajeros para llevarlos a escuelas y
bibliotecas en la Ciudad de México. Pocos lo aprovecharon, hasta
la fecha.
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Durante el IV
Encuentro de ese año, del 3 a 5 de marzo, viví maravillas. En
los preparativos, me tocó lo que después supe que se llamaba
logística. Organizar las listas de participantes para hospedaje
y autobús; diseñar e imprimir itinerarios, gafetes, boletitos
para alimentos y cartas de bienvenida; armar los paquetes con
todo eso más carteles de recuerdo para los participantes; hacer
una pre-programación para los conciertos en las plazas e
informárselas a los músicos que iban en el transporte
labor inútil, lo supe cuando llegamos a la primera ciudad
y se agregaron grupos de la zona. Durante el concierto en San
Ildefonso, estuve junto a Esperanza en la mesa de venta de discos
y revistas. Hay qué mencionarlo: Esperanza se había unido a la
Iglesia Pentecostés una secta cristiana poco antes
de que Linda conociera a Don Juan, y estaba a punto de
convencerlo de dejar de tocar. Pero al ver multiplicarse las
grabaciones vendibles de su esposo, cuando se agregaron los
compactos que editó Dos Tradiciones y los que realizó Paul a
partir de las grabaciones en Port Townsend, se volvió la fan y
vendedora más entusiasta.
Después del
concierto, pernoctamos Linda y yo, junto a los otros músicos y
los turistas culturales que pagaban su viaje, en el Hotel
Majestic. Y dije pernoctar, no dormir. A las 8 de la mañana
debía de estar cargado el autobús con equipajes, instrumentos,
itacates para el camino, ediciones para venta y los asistentes,
todo verificado en las listas que ya llevaba yo preparadas.
El papel de
Germán ese año era ayudar a Guillermo Pous con la grabación de
los conciertos. Mi papel era el de resolver orden y continuidad
de los conciertos, llevar el registro de las piezas para la
grabación, darles a firmar a los participantes el permiso para
editar un disco con sus piezas, averiguar por qué goteaba el
cespol de la habitación de un guitarrista gringo, mandar a matar
las hormigas de otra habitación, explicarles a los músicos
locales que a Don Juan se le daba preferencia en la secuencia de
los conciertos, y que debían estar intercalados los nacionales
con los extranjeros, estar muy nerviosa con todo, encontrarme con
que se había acabado la comida cuando finalmente llegué a cenar
en el hotel y tratar de disolver la nube negra que llevaba sobre
la cabeza antes de irme a dormir.
Entendí por qué Lindajoy siempre estaba
ojerosa en las fechas del viaje. Pero también
participé con singular alegría en las convivencias con
los músicos alrededor de la alberca del hotel, ya pasada
la hora del mosco. Ese año, los músicos
mexicanos invitados, además de Yolotecuani, eran Ángel
González y sus Campesinos de la Sierra. Y con Ángel
venían de violinistas Higinio Ledezma y Perfecto López
que hace honor a su nombre. |
|
La segunda noche, alguien le había dado
a David Tobin una de esas garrafitas de plástico que
usan para gasolina, llena de mezcal. David, cuando
empezó la versada huasteca entre Perfecto y yo, nos la
dejó en la mesa con un gesto amable, para que
condimentáramos la poesía con bebida. Entre copla y
copa Perfecto, guiñándome un ojo, señaló con la
cabeza el número 2 que estaba en relieve en
la garrafita, y comenzó:
|
Deben haber sido
más de dos horas. Él empezó haciendo referencia a Dos
Tradiciones. Después eran dos culturas, dos naciones, él y yo
dos trovadores, dos formas de entender el mundo, sol y luna,
cielo y tierra, infierno y paraíso, Omecíhuatl y Ometecuhtli...
vaya, toda dualidad posible, pero siempre ese guiño de ojo
recordándonos el doble sentido, y que sólo nosotros sabíamos
que era una oda al mezcal de Tierra Caliente.
A la siguiente
mañana, tuvimos un desfile bilingüe de admiradores,
felicitándonos por el trabajo poético y filosófico de la noche
anterior, algunos de primera mano y, los que no hablaban español,
porque se los habían contado. Perfecto y yo estábamos tumbados
en las sillas, sin atinar a desayunar, con los ojos de ranura y
aguantándonos la risa.
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A la noche
siguiente, regresando del concierto y de nuevo en el escenario de
la alberca, Ángel González le pidió a Linda que tradujera al
inglés algo que él quería decir, para que todos los presentes
entendieran.
Empezó a contar
una historia reciente, sobre un vehículo que se había
desbarrancado en la Sierra Gorda. El ocupante estaba muy
lastimado, al fondo de una cañada. Había muchos testigos que,
impotentes, lo vieron agonizar y morir pues no había forma de
bajar a donde él estaba para poder subirlo y atenderlo. Era
cuñado de Ángel.
Escalofriante. A
partir de ese suceso, Ángel había iniciado las gestiones y la
capacitación con los bomberos de Valle del Maíz, en San Miguel
de Allende, Guanajuato, para organizar el cuerpo de rescate de la
Sierra Gorda. Ya había conseguido que le equiparan una camioneta
como ambulancia y vehículo de rescate de montaña, pero faltaba
adquirir una camioneta. Ángel, entonces, lanzó la petición.
Comentó que, como migrante temporal a los Estados Unidos, él
había visto que muchas veces los gringos tienen camionetas van
arrumbadas, envejeciendo, que todavía servían. Exhortó a los
presentes a ayudarle a buscar una, diciendo que él podía ir a
buscarla a donde estuviera ésta.
Roger Bellow,
guitarrista y propietario de una tienda de música en Carolina
del Sur, contestó de inmediato, comentando que él tenía una
van que servía, y que con gusto la donaba. Durante ese año, él
la manejó personalmente hasta Texas, y Lindajoy la recogió ahí
y la llevó hasta San Miguel de Allende.
Un año después
de la petición, me tocó ser testigo de la entrega oficial de la
van (ya casi equipada) de parte de Roger, pasando por Antonio
Luna, del Cuerpo de Bomberos, al Cuerpo de Salvamento de la
Sierra, agregado a una extensión del viaje de Dos Tradiciones a
Guanajuato.
Ese
IV Encuentro fue transmitido, como los anteriores, por Radio
Educación. Me enteré que, además del transporte, hospedajes y
comidas, el equipo que transmitía le cobraba a Dos Tradiciones.
Ignoro si en la normatividad de la radiodifusora está permitido;
lo que sí sé de cierto es que era un gasto excesivo para la
Asociación y para el Encuentro.
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David Tobin, el
violinista que vino con Paul Anastasio, me escribió un correo
alrededor de septiembre de ese año, comentándome que iba a
venir de nuevo en octubre, y que quería pasar unos días en la
Ciudad de México para conocerla. Ya tenía prometido el
hospedaje en casa de Lindajoy, pero quería una especie de guía
chilanga que le ayudara a moverse acá y le recomendara lugares
para conocer.
El 8 de octubre
me encontré con él, para la consabida visita al Museo de
Antropología. De ahí, pasando por la pirámide de Tenayuca,
fuimos a mi casa para una comida casi cena. La sobremesa fue con
guitarra y violín en mano. Al ver que era un excelente lector a
primera vista, saqué unas partituras que yo había transcrito
con repertorio andino-peñero. Maravilloso. De ahí pasamos a
chacareras argentinas, y de ahí a sones y gustos. Pasamos varios
días pegados a la música, yo encantada de contar con un músico
tan capaz, para experimentar esas ideas que uno trae en el
tintero.
Para noviembre,
me fui de polizón a Tlayacapan, para acompañar a Rolando
Hernández el Quecho un día, y esperar a Don Juan
Reynoso al siguiente, que venía con su grupo, mas los gringos
calentanos Linda, Paul y David. En el grupo de Don Juan venía
Cástulo Benítez de la Paz, eterno guitarrista de Don Juan.
Entusiasmada con lo que había estado tocando con David, le pedí
a Cástulo que me enseñara a acompañar los sones y gustos. Tal
vez Cástulo no tiene una metodología didáctica pero, como
tantos viejos en la tradición, es un maestro muy amoroso,
dispuesto, y ávido de transmitir lo que tiene.
Linda escuchó
al naciente dueto binacional y nos invitó a tocar, alternando
con Don Juan y su grupo, a un coctel que organizaba el 17 de ese
mes en Ciudad Altamirano, para el jet-set local: empresarios,
presidentes municipales y familias de abolengo, con el fin de
convencerlos para patrocinar parte del V Encuentro.
El coctel fue
maravilloso. Uno de los hermanos Moreno, no recuerdo si Arturo o
Alejandro, había copiado la vieja guitarra panzona o túa
de Don Juan. Ese día, y ya con la nueva en la mano, Don Juan
donó la antigua públicamente a Alejo Montes de Oca, cronista y
director del museo local de Coyuca de Catalán y Linda donó su
tamborita. Seguimos David y yo, presentados por Linda como uno de
los resultados de los Encuentros, muestra de que la convivencia
entre los pueblos de ambas naciones se puede realizar a través
de la música y es cierto. Cerró Don Juan, con su grupo
primero, y terminando junto a Paul y Davidcon unos arreglos a
tres violines que había realizado él mismo, y que por falta de
instrumentistas dispuestos, no había podido antes poner en
práctica.
Un videoasta de
Ajuchitlán con estudios de cine en Canadá, José Luis
Santamaría, grabó todo. José Luis estaba muy pendiente de las
actividades de Dos Tradiciones, y hacía el registro de ellas.
Linda llevó también su cámara, y la dejó a cargo de José
Antonio Hellmer hijo de Raúl Hellmer, y con dudosas
intenciones respecto al legado de su papá. Pero José Antonio se
emborrachó y, cuando revisamos los casets, vimos que la cámara
se había movido en el tripié, se había desmayado
el cabezal, y teníamos dos horas de audio, con un close-up
del piso del hotel.
Había lluvia de
estrellas anunciada para esa noche. Las Leónidas, unas de las
más brillantes del ciclo anual, y ese año era relevante. En el
heroico Tsuru nos fuimos Linda, José Antonio, David y yo a un
camino vecinal, para alejarnos de las luces de la ciudad y verlas
en plenitud. Recostados sobre una lona doblada, disfrutamos de un
espectáculo hermoso.
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Al día
siguiente, fue el Concurso de Sones y Gustos Isaías
Salmerón en Tlapehuala. Don Juan, con su grupo y gringos
agregados se había apuntado para tocar de
exhibición, es decir, sin concursar. En el gusto
Santo Domingo, los tres violinistas tuvieron sendos
interludios para hacer adornos a su antojo. La gente sabía que
Don Juan iba a tocar bien, era un hecho. Cuando Paul soleó, le
aplaudieron; pero cuando David hizo, en su solo, uno de los
adornos más difíciles, perfectamente situado en tiempo y
armonía, volcó al público en un aplauso de pie.
Mis vísceras
estaban esparcidas por el suelo. Mi corazón, en el escenario.
En ese concurso
me encontré a un hombre joven, cineasta, que me habían
presentado antes en una fiesta en el DF. Después de saludarnos,
me preguntó que si ya había conocido a Don Ángel Tavira. Y sí,
apenas había acompañado yo a Linda a Iguala para visitarlo. Me
enamoré de la personalidad de ese hombre, cuya característica
más visible era que había perdido mano y antebrazo derechos y,
amarrándose el arco en la pequeña porción articulada que le
quedaba, había vuelto a tocar el violín. Pero había otros tres
aspectos muy importantes que lo convirtieron en portador del
legado del violín calentano.
Alrededor de la
mesa del comedor, él recibía a la gente y, mientras fluía la
plática, no importando el tema, siempre encontraba en su memoria
alguna copla relacionada y la intercalaba como nota al pie, a
modo de moraleja. Te hacía reír y te hacía reflexionar.
Don Ángel era
maestro normalista, e impartía clases de secundaria. Su
formación hizo que fuera uno de los pocos violinistas con
elementos didácticos. Su esposa, ahora ya viuda, Doña Elpidia,
me ha mostrado las partituras que su marido transcribió con la
mano izquierda. Algunas en papeles sueltos o cuadernos pautados
profesionales verdes que he encontrado en casa de varios
músicos, todos ellos regalos que Paul traía. Arreglos
orquestales de diferentes géneros en la música de Tierra
Caliente, que siempre deseó y no se le cumplió
escuchar interpretadas en conciertos filarmónicos con
orquestas de Guerrero. Otras, ya conformadas en cuadernillos
impresos, métodos completos para flauta dulce, con arreglos a
varias voces de la música calentana, como opción local para la
instrucción musical del nivel medio. Las instancias educativas
del Estado jamás le hicieron caso. Para sus alumnos, él
imprimió dichos cuadernillos con dinero de su bolsa y, para
recuperar el costo, se los vendía a precio simbólico. La
escuela le prohibió continuar con ello, y los ejemplares están
ahí, guardados.
Pero lo que yo
considero su obra magna es el libro Adornos para violín
calentano. De las manifestaciones musicales en Tierra
Caliente, el estilo calentano Cuenca del río Balsas-
posee una riqueza extraordinaria en la interpretación del
violín. A diferencia de otras músicas, en que este instrumento
convive horizontalmente con los instrumentos armónicos, el
violinista calentano se reserva el derecho de ensamblar frases
melódicas a capricho, incluso irrumpiendo en la estructura
amónica y modificándola. Estas frases melódicas
emparentadas con la ornamentación barroca- son
llamadas adornos y, aunque ocasionalmente se improvisan,
lo habitual es que el intérprete tenga un acervo en su memoria
para hacer el trabajo de ensamblarlos. El orden de ensamble y el
virtuosismo para tocar estos adornos son los que provocan
reacciones en los oyentes y rigen el desenvolvimiento de los
bailadores.
Lo anterior hace
que, en sones y gustos, la división conceptual entre autor e
intérprete se disuelva, toda vez que el autor define un tema
principal y un ciclo rítmico-armónico pero cada violinista la
complementa con este rompecabezas de adornos, dándole un
matiz tan personal que puede hacer la pieza casi irreconocible
para un observador no familiarizado con estos géneros.
Incluso en las
piezas fijas (pasodobles, valses, etc.), el violinista
incluye variaciones, y en la zona es deseable que lo haga. Todo
esto provoca que el intérprete que inicia necesite acopiar
adornos y crear los suyos para ir incrementando sus posibilidades
interpretativas.
La manera en que
esto tradicionalmente ocurría era que el violinista escuchaba a
un colega tocar, y aprendía los adornos que le gustaban. Podía
utilizarlos tal cual, o variarlos de algún modo. También
generaba los propios, a partir de alguna improvisación inspirada
y afortunada, o practicando en casa, y éstos también los
memorizaba.
Pero esta
transmisión natural se ha visto disminuida como se han visto
disminuidas las ocasiones musicales por causas variadas,
muchas de ellas ajenas a nuestro campo de acción.
Don Ángel
asistió, ya de adulto, al Conservatorio de las Rosas; al juntar
el conocimiento teórico con su larga experiencia como violinista
tradicional y su formación magisterial, realizó hace más de 10
años su libro hasta ahora inédito- Adornos para
violín, en donde clasifica estas figuras por estilo y
tonalidad. Es una obra única en su género por la aproximación
a la manera en que tradicionalmente arman los violinistas sus
versiones.
Si visitabas a
Don Ángel en su casa, y él veía en ti el más mínimo interés
en la música, no dudaba en sacar una copia engargolada de su
libro y regalártela, con la misma esperanza de muchos viejos
músicos: que, cuando ellos ya no estén, alguien siga tocando el
repertorio.
¡Ah! Vuelvo al
joven cineasta con el que estaba platicando en aquel Concurso de
Sones y Gustos. Me contó que estaba realizando un documental
sobre los músicos calentanos. Que se daba cuenta del estado
actual de decadencia, no por la música en sí, sino por la
migración y penetración cultural en la zona que causaba falta
de interés de las nuevas generaciones hacia la interpretación
de lo propio.
Me platicó
también que, al conocer a Don Ángel, se encantó con él, y que
ojalá algún día encontrara la oportunidad de realizar una
película, no importando el tema, para tener en pantalla al viejo
magnífico, actuando como sí mismo.
El primer
documental se llamó Se mueren los que la mueven. Muy buen
trabajo, aunque algo parcial. Puedo notar los comentarios
tendenciosos de una familia de la región, que descalifican los
esfuerzos de otros actores culturales propios y ajenos,
deteriorando su imagen.
Pero aparte de
esto, la tenacidad y genio de este joven lo llevaron a no quitar
el dedo del renglón. Con muchos sacrificios, laborales y
económicos, logró colocar su película El Violín
en cartelera y festivales nacionales e internacionales, donde ha
sido multicitada y multipremiada. ¿El nombre del joven?
Francisco Vargas.
El año pasado
estuve en Iguala, en casa de Don Ángel. Doña Elpidia me
recibió amorosamente, como siempre. Ella tenía la idea de que
Francisco se había hecho millonario con la imagen de su ahora
difunto esposo, y no le había retribuido con justicia su trabajo.
Le expliqué lo
que yo sabía: que festivales como el de Cannes no pagan; peor
aún, para estar presente si acaso eres premiado, tienes qué
pagar tu propio viaje a Francia. Que Francisco había puesto de
su bolsa para los pasajes de avión, al menos, si no es que
también hospedaje y alimentos, para hacer posible su presencia y
la de Don Ángel en dichos eventos.
Escuché a Doña
Elpidia y a sus hijos convencidos, cuando me expresaron: Lo
que es la ignorancia, nosotros creíamos que le habían comprado
la película en Europa...
Me pregunto si
con esta experiencia, Francisco se hubiera permitido, en la
edición de su primer documental, los comentarios tendenciosos y
malinformados. Todos aprendemos en el camino.
--------------
Linda tenía
pase para una cena de dos personas en la terraza del Hotel
Majestic, que le dieron éstos como cortesía por llevar a
hospedar allí a los viajeros de Dos Tradiciones, y la compartió
conmigo. Estábamos platicando emocionadas acerca de lo ya
logrado y de los proyectos por venir.
No recuerdo qué
cenamos. Lo que sí recuerdo es que estábamos ya en el café
cuando, sobre el paisaje del Zócalo, en un lugar del cielo entre
de Palacio Nacional y la Catedral, pintó su raya
luminosa una de las estrellas fugaces más grandes que haya visto.
Lloramos juntas, con sendas sonrisas.
Nuestro dueto binacional fue bautizado
como Americanías por un amigo, Oscar Aburto, cuando nos
consiguió una tocada en el restaurante
Emiloano´s, en Tlayacapan. David se regresó
a Seattle a finales de noviembre, y estábamos ya
generando el proyecto de un CD. Enamorados (de los
estilos musicales y entre nosotros) estuvimos ensayando
por internet. Con intercambios de partituras, cifrados y
Mp3, con ajustes de tonalidades para el repertorio, en
largas horas de chat (difícil, pues la conexión que yo
tenía era telefónica, lenta y pirata) pasamos casi tres
meses. Conseguimos micrófonos de computadora, para poder
tocar juntos a distancia. Pero cuando David
regresó en marzo de 2001 al V Encuentro, ya teníamos
repertorio suficiente para dar conciertos, el plan de la
grabación y un proyecto de vida juntos. |
|
Se multiplicó mi quehacer. Además del apoyo
multitarea que le daba a Linda (que trabajaba todavía
más que yo) para el Encuentro y que pomposamente
habíamos llamado coordinación técnica,
ahora me quería tragar al mundo musical, feliz por tener
un cómplice de calidad. Itinerario de grabación,
resuelto pista por pista, para optimizar el poco dinero
que teníamos para el estudio de grabación, porque
habíamos hecho arreglos donde teníamos qué dobletear
instrumentos: David, dos o tres violines; yo, guitarra,
charango, bombo y dos voces. Diseño de portada del CD,
préstamo del banco para maquila, conseguir maquilador y
estudio buenos y baratos y además, para Americanías y
Dos Tradiciones, diseño de las páginas web, entrevistas
en radio, ensayos... |
Ese año, el festival tuvo una extensión a la
Sierra Gorda. Entonces, fue el concierto en San Ildefonso,
los tres días de rigor en diferentes ciudades de la
Cuenta del Balsas, regresar a dormir una noche en la
Ciudad de México, y tomar camino a Tula (como turismo
nomás) , Querétaro, San Miguel de Allende y Palomas,
Xichú, Gto. (la comunidad de Ángel González), dando
conciertos en las tres últimas. Era el primer año sin transmisión por Radio Educación. También cambió la persona que grababa para los CD de Dos Tradiciones. El costo del experimentadísimo Guillermo Pous había subido; yo había conocido a Federico Luna el año anterior, en una tocada con el grupo del IPN, de esas donde uno desfila por huapanguera, vihuela, violín y arpa, y se pelea con el personal de audio que normalmente contratan las delegaciones, y no saben de nada distinto a batería, bajo, guitarra eléctrica y teclados. |
A la defensiva,
estaba exhortando al personaje que microfoneó a ponerme el micro
en un punto estratégico, para evitar que el vaivén de mi mano
derecha en la huapanguera lo golpeara. Colocó el micrófono
lejos de la boca del instrumento, captando el sonido por algún
lugar situado cerca del puente inferior. Yo estaba dispuesta al
pleito, pero él, con una sonrisa, me calmó y me pidió que
escuchara el resultado, ofreciéndose amable a moverlo si no era
lo deseable.
¡Qué buen
audio! Salió el sonido nítido, no viciaron los medios-graves (habitual
en huapanguera y vihuela) y mi mano volaba por los rasguidos sin
ningún obstáculo.
Por supuesto,
Federico fue quien grabó el disco de Americanías, y fue el
ingeniero portátil para Dos Tradiciones, encargado de ayudar a
ecualizar los conciertos, sacar la línea para registrarlo todo
en el Tascam DAT de Linda y hacer la mezcla para el CD.
Por su parte,
Paul Anastasio, en sus visitas de transcripción a Tierra
Caliente, ya estaba trabajando con otros violinistas además de
Don Juan. Ya había comprendido el juego de los adornos, y
había ya generado un modo de expresar en partitura la sesquiáltera,
esta ingrata y afortunada combinación de acentos entre los 3/4
y 6/8 que enriquece nuestros queridos sones, y enloquece a los
que no son latinoamericanos. Pero también estuvo obligado a
atender las eternas y justificadas quejas de los violinistas con
respecto a la falta de instrumentos disponibles para los pocos
muchachos que querían aprender.
Él, Linda y
otros músicos se dieron a la tarea de coleccionar violines de
medio uso en los Estados Unidos, De esos instrumentos que quedan
abandonados cuando un intérprete tiene los recursos para
comprarse uno mejor, pero son de muy buena calidad, y ya están
entrenados. No tengo la cantidad exacta pero, al
menos bajo mis narices, desfilaron veintitantos instrumentos que
fueron donados a Don Ángel, Don Zacarías Salmerón y a casas de
cultura de la zona. Esto, además de los omnipresentes cuadernos
pautados verde fosforescente, cuerdas, breas y cerdas para arcos.
Tal vez fue
Coyuca de Catalán, pero a la distancia ya no lo puedo precisar;
al escucharme tocar con David, una guacha (niña)
calentana se acercó a mí, me abrazó y me dijo que jamás
había visto tocar esa música a ninguna mujer. Me preguntó que
si consideraba que ella pudiera llegar a aprender algún día.
Buena noticia, repliqué yo,
Acabamos de entregar a la casa de cultura cinco
violines, y sabemos que tienen guitarras. Sí que puedes
aprender, nomás acércate ahí. ----------------------- En Querétaro tocamos en La Casa del Faldón, recibidos por Luis Castrejón, funcionario de cultura del Estado, y ahora uno de los pocos pedagogos preocupados por la transmisión de las músicas y líricas tradicionales. No sólo con Americanías; estando ahí Perfecto López aprovechamos para otra de nuestras travesuras en verso. |
En San Miguel de
Allende fue en un teatro. Linda y yo pernoctamos en Valle del
Maíz, en casa del bombero Antonio Luna. Ya estaba casi todo el
mundo acostado cuando, al pasar al baño, vi de reojo al papá de
Antonio acomodando unos trajes rarísimos, y me acerqué. Él es
capitán de danza, de una cofradía importantísima en la zona.
Me vistió con uno de los trajes, despertó a toda la casa, y
pasamos largo rato en que él nos contó de las danzas y su
significado. ¡Esas desveladas valen la pena!
Al día
siguiente fue la entrega de la Van-ambulancia en el Cuartel de
Bomberos. El donador Roger Bellow, Andy y Mary Jo Slattery, David,
Linda, otros de los músicos gringos y yo presenciamos las
lágrimas emocionadas de Ángel cuando le dieron las llaves, y
los papeles que lo acreditaban capacitado como Jefe de Salvamento
de la Sierra Gorda.
Pasamos la noche
en Jalpan de Serra, donde Junípero Cabrera, entonces y hasta
hace muy poco director del museo local nos atendió. Dicho sea de
paso, Junípero ahora es el artífice de unos exitosos talleres
que forman, además de niños y jóvenes huapangueros, poetas
arribeños. De ahí a Concá, oasis serrano lleno de turistas
locales, porque ya venía la Semana Santa, y Ángel tenía qué
verificar que los voluntarios de salvamento estuvieran ya
colocados, nunca falta un accidente en el río. Y de ahí a
Palomas, comunidad de unas 25 casas. Yo estaba asombrada: desde
el sinuoso camino de terracería, alcanzaba a ver una especie de
bardas de piedra, por todos lados. En cuanto pude, le pregunté a
Ángel:
¿Para qué son esas bardas? ¿Qué se podrían robar unos a otros, o qué límites podrían transgredir?
No son bardas. Tenemos qué acumular piedras para engrosar la tierra en las laderas, ya que la capa es muy delgada, y no alcanzaría para enraizar la milpa.
Me sigo
preguntando cómo en la Sierra Gorda, con su entorno agreste y de
difícil supervivencia, los poetas tienen todavía ánimo de
conservar las complejísimas formas estróficas usadas en el
Huapango Arribeño.
En Palomas nos
albergaron en casas de familiares de Ángel. Durante el día,
hice una caminata con él, que me quería enseñar otras facetas
de su labor hormiga. Como tantos de sus paisanos, Ángel es
migrante temporal. Frente a su casa había una especie de aparato
frankestein: una celda solar conectada por un cable ruinoso a un
acumulador de coche, y tres extensiones hechizas que ingresaban a
la casa por un hueco en la pared.
¿Y eso?
Mi fuente de electricidad. Hasta hace muy poco, Palomas no tenía luz eléctrica; Fox la puso, cuando fue gobernador de Guanajuato. La energía que capta la celda solar que me traje del otro lado, la guardo en el acumulador, y eso me permite operar en la noche dos de tres aparatos: ventilador, radio y foco. A como los necesite, es que los alterno. Ahora que hay ya electrificación, de todos modos la uso, para no pagar tanto.
Después
recorrimos su parcela. Aparentemente nada nuevo en el centro; la
clásica triada maíz, frijol y calabaza. Pero en las orillas
había árboles y matas de guanábana, mango sandía, plátano...
Es que mis vecinos dicen que todo esto no se da por aquí. Ya me cansé de discutir. Ahora, simplemente lo siembro a la orilla, para que todos vean que sí.
Si Perfecto es
perfecto, con más razón Ángel es un ángel.
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Nos llevaron al
mediodía a un tendajón con techo de lámina, como esos donde
ponen las tienditas de Liconsa, recién construído y vacío. Nos
dijeron que esperáramos ahí para que nos dieran de comer.
Para nuestro
susto, una señora llegó con anafre, dispuso el carbón y lo
encendió. Regresó con una cazuela casi llena con las vísceras
más infectas y mantecosas que yo haya visto. Vació agua dentro
y empezó a remover aquel caldo de cultivo. Yo estaba paralizada
y a punto de las náuseas; a mis espaldas, los gringos, todavía
más melindrosos que yo, no se atrevían ni a asomarse. Estoy
segura de que pensábamos lo mismo, ¿cómo negarnos a comer, si
nos lo ofrecían de corazón? Pero, por otro lado, ¿cómo comer eso?
De pronto, por
una ladera, se asomó una filita de mujeres, con trastecitos
variados: calabacitas crudas rebanadas, arroz blanco con granitos
de elote, frijoles de la olla con epazote, ensalada de jitomate
con quesito fresco de rancho, aguacates en lajitas, salsa de
molcajete, canastas de tortillas a mano y los nopalitos más
suculentos, tiernos y finamente cortados que yo haya visto en mi
vida, acompañados de aguas frescas. Detrás de ellas, Ángel.
Con una amplia sonrisa de satisfacción, nos dijo:
Les expliqué a los de acá que entre ustedes venían varios que casi no comen carne. Entonces, a las señoras se les ocurrió guisarles esto. Espero que les guste.
¿Y la cazuela de afuera? pregunté, echándome tal vez la soga al cuello.
¡Ah! Esa señora vende sus tacos de tripa aquí todas las tardes. Si se te antojan, te traigo unos, pero no te los recomiendo...
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Temprano en la
noche, nos disponíamos a hacer el concierto prometido en la
cancha de basquetbol. Hicimos la talacha de cargar, acomodar y
conectar el equipo de sonido. Muchachos de Palomas colocaron
letreros alusivos al evento y todos los músicos (incluido Ángel
con su familia) nos afinamos. Con mi eterna libretita en mano,
rutina que había desarrollado en los trayectos de autobús de
Dos Tradiciones, pasé con los distintos grupos preguntando
repertorios, para elaborar al instante el orden de participación.
Pero el público
no llegaba.
Nosotros,
desconcertados. Ángel no había perdido su sonrisa, a pesar de
nuestra impaciencia. Cuando me acerqué a investigar qué estaba
pasando, él me dio la indicación de que empezáramos el
concierto.
¿Y el público? ni siquiera los pocos habitantes de Palomas se habían arrimado.
Empiecen a tocar. Leve, para que no se cansen. En un par de horas esto va a estar lleno.
Incrédula, le
pedí al dueto de Andy y Mary Jo que empezaran. Ellos, igual de
incrédulos, pero haciendo evidente la disciplina de los músicos
gringos, comenzaron.
La incredulidad
se convirtió en sorpresa agradable cuando, al escuchar la
música que salía de las bocinas, poco a poco, como lejanas
luciérnagas, vimos llenarse el atardecer de puntitos luminosos:
la gente que vive esparcida en la Sierra salía de sus ranchos y
atravesaba las faltas de los cerros para llegar, sin prisa, a
Palomas.
Para las 9 de la
noche, aquello estaba lleno, y los músicos estábamos repitiendo
el repertorio.
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Para no desandar
camino, Ángel nos llevó de regreso ahora por Xichú, la
emblemática ciudad natal del más famoso (hacia el exterior)
representante del huapango arribeño: Guillermo Velásquez. De
ahí, derechito a la Ciudad de México, con nuestros seres
interiores enriquecidos.
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Un año muy
intenso, después del V Encuentro. Americanías tenía sus
propios conciertos, suplencias a grupos amigos en sus trabajos
regulares y estábamos de base en un proyecto del IMSS para tocar
en los hospitales, directamente en los cuartos de los enfermos, y
hasta regresar a Tlayacapan, no acompañando a los maestros, sino
como grupo. Se intensificó también el trabajo con Linda que,
además de Don Juan, el Encuentro y lo que los rodeaba, empezó a
dar más pláticas y conferencias sobre su experiencia en Tierra
Caliente. Había un par de productores gringos haciendo
documentales cabe aclarar que tampoco éstos se volvieron
millonarios. Estaba yo plenamente involucrada en las ediciones de
revistas y CD de Dos Tradiciones, seleccionando repertorio y
escritos, retocando mezclas de audio y traduciendo y corrigiendo
estilo de artículos.
Lindajoy que,
además de todo lo que hacíamos juntas, se dedicaba a gestionar
espacios y recursos, llevar las relaciones públicas y liar con
la contabilidad y el papeleo de la asociación, acordó con
Gonzalo Camacho que Don Juan impartiera una Clase Magistral para
los alumnos de etnomusicología y violín en la Escuela Nacional
de Música.
Con fines
didácticos y de economía los que acompañaríamos a
Don Juan en esa clase seríamos David y yo. Don Juan llegó en la
mañana a México, y estuve ensayando con él un par de piezas
transcritas en el librito de Paul. La idea era tocarlas, entre
otras, frente a los alumnos; luego, dividir guitarras y violines,
repartirles fotocopias de partitura y cifrados y, mientras yo se
las ensayaba a los de guitarra, David trabajaría los violines.
El gran final sería tocarlas todos juntos, con Don Juan.
Pero éste
estaba incómodo de tocar conmigo, y molesto porque no hubieran
venido sus hijos. Ya era tan fuerte el núcleo financiero-familiar,
que incluso Cástulo se había tenido qué alejar. Ahí me
enfrenté con un viejo lobo del violín, que cambiaba a voluntad
sus adornos, haciéndome trastabillear en la armonía. Sobreviví
hasta el mediodía, en que nos sentamos a comer con los demás,
con cara de que no pasaba nada.
En la Nacional
de Música estaban ya Gonzalo y Guillermo Contreras. Mi amigo
Raúl Eduardo también apareció, y Pacho Lane ya estaba
instalado con equipo para levantar imagen para el documental que
estaba realizando. Frente a una sala llena a la mitad, Gonzalo
dio la bienvenida y presentó a Don Juan, Guillermo dijo un texto
introductorio a las variantes musicales de la Cuenca del Balsas,
y luego Paul, David, Don Juan y yo tocamos unas piezas,
incluyendo las que íbamos a tallerear. Paul repartió fotocopias
a los alumnos.
A la hora de
dividir los grupos, David insistió en afinar con precisión en
un La 440. Mi guitarra estaba afinada con Don Juan, en lo que
llaman segunda con segunda, es decir, el La de la segunda
cuerda del violín se usa para la segunda cuerda de la guitarra,
que habitualmente está en Si. Esto hace que la guitarra suene un
tono más abajo. Cástulo disfruta esa forma, porque las cuerdas
quedan más sueltas, y ha desarrollado toda su técnica alrededor
de ello, como muchos otros guitarristas calentanos. La
insistencia de David estaba basada en sus estudios académicos y
mostró tal tono imperativo frente a los participantes que a mí
no me quedó más que mover mi guitarra, para empatar con él y
los alumnos.
El taller fluyó,
pero cuando subimos todos al escenario a tocar con Don Juan,
aquello fue una desafinadera impresionante. El Maestro tenía su
violín más bajo. MUCHO más bajo. No salió lo que esperábamos,
Guillermo Contreras llegó a dar la estocada final con palabras
doctas y descalificadoras, yo alcancé a salir con alguna
dignidad pero ya afuera chillé por los rincones, no sé si Linda
se habrá enterado del porqué; vaya, lo viví muy mal.
El consuelo fue
enterarme, años después que, de los alumnos presentes que
estaban apenas en la licenciatura, dos son ahora Doctores,
investigadores expertos en Tierra Caliente: Raúl Eduardo
González y Alejandro Martínez de la Rosa.
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A mediados de
ese año falleció Iris, la mamá de Lindajoy. Si bien Linda
vivió sola desde muy joven, y viajó por muchos países, en los
últimos diez años la relación entre ellas era profunda. Iris
era una profesora de educación especial sumamente caritativa y
humana, y paseaba su vejez sonriente por el mundo, olorosa a
aquellos aceites esenciales con que se curaba y también a otros.
Linda estaba en pleno duelo todavía en octubre, y ya el
siguiente Encuentro se venía encima. No se sentía en ánimo de
realizarlo, pero se dejó convencer. Además de su luto, ya las
críticas y deslealtades le estaban haciendo mella. Unos pocos
músicos de origen calentano, avecindados en la Ciudad de México,
la acusaban de estar haciendo negocio con Don Juan, y
a Paul de robarse la música. Y otras personas, sin
conocerla, repetían las calumnias. Gente que se le había
acercado, pensando en que todos los gringos son millonarios, al
no sacar provecho se alejaban, agregando sus comentarios
maliciosos. A Linda le dolió mucho, y este dolor fue aumentando.
En ese 2002 ya
era la tercera vez que yo ayudaba a Linda con el Encuentro, y los
quehaceres fluían más fácilmente. Ahora, después del
concierto en México, y antes de llegar a Altamirano, iríamos en
el autobús a la reserva de las mariposas monarca. Haciendo gala
de la binacionalidad y bilingüidad, acuñamos el término
botheredflies (moscas molestadas) en lugar de butterflies (mariposas).
Me prometí no regresar, no ser una más de los turistas
inoportunos y vándalos.
En uno de los
conciertos en Tierra Caliente, en Tlapehuala, el Ayuntamiento
tuvo la dulzura de hacer, con fuegos artificiales, un letrero
sobre el escenario que decía GRACIAS DOS TRADICIONES.
Cuando el letrero fue iluminado, Linda y yo estábamos abrazadas,
llorando.
Paul había ya
recreado los arreglos a tres violines que hacía Don Juan,
agregándoles como acompañamiento, en lugar de guitarra y
tamborita, viola y cello. Entonces el ensamble que se estrenaría
ese año para tocar con Don Juan estaba formado por Paul y David
con los esposos Traci y Spencer Hoveskeland. Se llamaban Fire of
Tierra Caliente, imagen que Paul tomó de lo que sintió la
primera vez que escuchó al Maestro en El Festival de la Tonada
del violín (o sea Fiddle Tunes).
Tarde me enteré
que Paul padecía de migraña intensa. El humo del cigarro, el
gentío de la feria de Tlapehuala, el alto volumen del sonido en
los conciertos, los largos ensayos con este nuevo grupo y, sobre
todo, el calor, eran cosas verdaderamente insufribles para él, y
no meras melindrosidades de gringo intolerante. El rostro se le
enrojecía, casi amorataba, la cabeza le estallaba y, por
supuesto, el carácter se le descomponía. A pesar de ello,
seguía dejando su aséptico hábitat de Seattle y pasando cada
vez más tiempo en Tierra Caliente. Lo que Paul ganaba dando
clases de swing ya no alcanzaba para pagar sus viajes en que,
además, retribuyó con dólares cada hora que Don Juan o
cualquier otro violinista le dedicó para hacer las
transcripciones. Claudia, su esposa, estaba también
contribuyendo con buena parte de su sueldo para los gastos, y los
regalos que Paul traía a los músicos.
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Durante esos
encuentros conocí a muchos músicos de la Cuenca del Balsas,
aunque no me pude acercar como debería haberlo hecho. ¡Era
tanto el trabajo! Sólo por mencionar a los violinistas, Plutarco
Ignacio, Evaristo Galarza, Rafael Ramírez, Zacarías Salmerón,
J. Natividad Leandro el Palillo, Chano Calderón...
mi tarea a la hora de los conciertos empezaba al bajar del
autobús con mi libretita, averiguar qué músicos locales se
integrarían al programa, apuntar nombres y repertorios e
intercalarlos en los turnos. Luego debía estar pendiente de la
grabación, y hacer los ajustes si los grupos alteraban el orden
de las piezas que me habían dicho, para precisar el registro de
lo grabado, y regresar con los músicos para que me firmaran, si
lo deseaban, la autorización para que sus piezas formaran parte
de los CD.
Como parte del
equipo, en los trayectos de autobús y en el hotel, tenía más
tiempo para convivir con los músicos estadounidenses y los que
venían de otras partes del país. Pero a Don Juan, Esperanza,
Neyo y Xavier Reynoso, Cástulo, Zacarías, Don Ángel Tavira y
su esposa Elpidia sí los pude visitar en sus casas y saborearlos
como personas.
Así también
con la gente de Tierra Caliente que estuvo cerca de Dos
Tradiciones: Pepe Espinosa y Lourdes Hernández, Manuel y Carmen
Aguirre, Ángel Huipio, Andrés Jaimes y José Luis Santamaría,
amigos que todavía conservo y a los que, afortunadamente, se han
agregado otros.
Durante el día,
algunos personajes llegaban al hotel a visitar a los
participantes o a hablar algo con Linda. Así conocí a Alejo
Montes de Oca, a los periodistas Gregorio Urieta y Roberto
Ventura, a Íñigo Álvarez Galán, entusiasta conocedor de las
genealogías de músicos de la zona y promotor de los concursos
en Tlapehuala, a Josafat Nava Mosso, que en ese tiempo no me
quedaba claro a qué llegaba, con sus morralitos y guajes de
regalo, siempre vestido de rigurosa manta y, hablando de manta
ortodoxa, a David Durán Naquid, que llegaba a dar clases gratis
de zapateado de Tierra Caliente cuando estábamos con los gringos
en el hotel, y tocaba la tamborita en el grupo de Huetamo con Don
Rafael Ramírez y Ángel Huipio.
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Ese VI Encuentro
fue el último para mí. La vida en común con David tuvo varias
fallas de origen: no haber montado nuestro propio espacio, y
quedarnos en casa de mi papá, con los consabidos enfrentamientos
que resultaron en la ida de mi nana y la anulación doméstica de
mi papá; que la música acabó pareciendo ser nuestro único
vínculo empático porque en ningún otro aspecto funcionábamos
juntos y, para agravarlo todo, su alcoholismo al que yo parecía
ciega un par de años atrás, pero que era muy comentado en
Tierra Caliente, ¡hasta llegó a cambiar clases de inglés por
mezcal, cuando viajaba con Paul!
Esto, más la
sobrecarga de trabajo, me llevó a finales de mayo a una mezcla
explosiva de shock nervioso con intoxicación que, por los
síntomas, algunos médicos confundieron con embolia o tumor
cerebral. Con mi brazo derecho paralizado, la pierna derecha
torpe y el centro del lenguaje averiado, ni pensar en tocar o
cantar; el médico amenazó con que ya no iba a recuperar
funciones, sino a empeorar con el tiempo. Junté fuerzas y,
finalmente, corrí a David de la casa. Como me era muy difícil
hablar correctamente, le pedí a mi papá que llamara a Linda y
le dijera que estaba incapacitada, que por favor le ayudara a
David a conseguir un guitarrista para las presentaciones que
teníamos pendientes con ella. Pero, en cuanto cambié de médico
y empecé a medio funcionar, me sentí profesional y dimos
unos conciertos que estaban pendientes con Americanías, y
algunos músicos invitados que nos ayudaron a disimular mi mal
desempeño en el escenario. En noviembre, después de chocar por
andar manejando antes de tiempo, se me quitó el complejo de
supermán y desmantelé el grupo. Fueron tiempos difíciles,
parteaguas en mi vida.
Entre Linda y yo
fue creciendo la distancia, ayudadas por los malentendidos que
David se aplicó en crear. Cuando le escribí en octubre para
decirle que ya empezaba a estar en activo, y me podía adjuntar a
Dos Tradiciones de nuevo, alguien más me contestó el correo de
forma muy insultante (en tiempos de quehacer fuerte, quienes
colaborábamos con Linda también le llegamos a ayudar a
contestar mensajes desde su computadora; ahora, más tranquilas y
con la amistad recuperada, hasta creemos saber quién fue). En
ese tiempo di la colaboración por muerta.
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Linda organizó
todavía en 2003 el VII y último Encuentro de Dos Tradiciones,
con conciertos en el CENART y el auditorio Blas Galindo de la ENM,
y con viaje a Michoacán y Guererro. Ya se sentía agotada pero,
con el apoyo de Lázaro Cárdenas Batel en Michoacán, armó el
Homenaje a Don Juan Reynoso, en 2004 y, al año siguiente, se
regresó a California; como despedida, sus amigos le hicieron un
homenaje el 9 de diciembre de 2005 en el Museo Nacional de
Culturas Populares.
Cuatro años me
dolió la Tierra Caliente de Guerrero, por lo negro del epílogo
con Linda y David. Pero 2006 fue un año curioso: llevaba ya un
año trabajando documentales en sociedad con Antonio Castro
García, y una de éstas carambolas extrañas me regresó al
Balsas: un contrato con CONACULTA para hacer un video de las
tierras calientes. Ya habíamos estado el año anterior en el
Valle de Apatzingán, fuimos a Colima en abril, y era ya
inevitable acercarse a Guerrero. CONACULTA ofreció ponernos en
contacto con el Instituto Guerrerense de la Cultura para
localizar a los músicos, pero yo sabía que éstos estaban más
que localizados. Conseguí el correo de Pepe Espinosa, y le
escribí explicándole el proyecto. Pepe se hizo cargo de armar
un itinerario de grabación, recibirnos, sacarnos del Hotel
Altamirano (que yo recordaba más decente) y recomendarnos otro
nuevo, y acompañarnos en un viaje de una semana.
En San Miguel
Totolapan había fiesta patronal. De camino al corte de rosas
en el río, vi el disco de Americanías pirateado, de venta en un
puesto en la banqueta. Ni siquiera tenía fotocopiada la portada
original. Pregunté quién era el dueño del puesto, y me
señalaron a lo lejos a un hombre todo vestido de manta, y con el
sombrero calentano, ¡Josafat Nava! Atravesé la calle corriendo,
con la voz más agresiva que encontré y, sin saludarlo, le
espeté:
¿Ese puesto es tuyo?
Sí... contestó, intentando reconocerme.
¿Entonces eres tú el que pirateó, y con las patas, el disco de Americanías?
¿Zarina? Este... sí. Es que yo vendo para sostener el Centro Cult... interrumpiéndolo con una sonrisa y un enorme abrazo, le dije:
¡Gracias, Josafat! ¡Me acabas de integrar a la cultura tradicional de la región!
Varios días
después, fuimos a grabar su Centro Cultural Independiente
El Tecolote. Casi cien guaches se levantan
para estar puntuales los sábados a las 7 am, aprendiendo violín,
tamborita, guitarra, zapateado y teatro. Ver eso, después de
haber dejado cuatro años antes una Cuenca del Balsas
desesperanzada y sin jóvenes músicos, me pareció un verdadero
milagro.
En el fandango
calentano con el que cierran el día, me enteré que esos guaches,
aunque no me habían conocido antes, habían visto un video donde
David y yo tocábamos La Tortolita, y con ese son me
relacionaban.
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También
CONACULTA nos contrató para levantar la memoria en video del II
Encuentro Son Raíz en diciembre de ese mismo año,
que fue en Tlayacapan, a donde tampoco había querido regresar.
El sábado fue un día mágico por muchos asuntos, pero se puso
más fuerte al final del día, ya en el concierto. Embebida en la
imagen mental que resultó de la mesa redonda de la mañana, que
tenía qué ver con granos de maíz reproduciéndose a través de
la música y los músicos, no había reparado en el grupo que
estaba en el escenario. Escucho que empiezan con la polka que Don
Juan usaba como rúbrica Viva Tlapehuala (y que yo no
escuchaba desde Dos Tradiciones) y, al mismo tiempo, descubro en
los arcos de la cerería ¡a Lindajoy! En el momento en que me le
acerco y la abrazo, suena La Tortolita. Linda estaba
desconcertada (no nos habíamos comunicado desde nuestro
desencuentro) y yo estallé en un llanto fuertísimo que se oyó
más que los músicos, y abrazándola más. Al voltear hacia el
escenario, vi que los que tocaban eran Los Nietos de Don
Juan, alumnos del Centro Cultural El Tecolote.
Los compañeros
músicos que me encontraba más tarde, me preguntaban preocupados
si ya estaba mejor. ¿Cómo explicarles que había
llorado de felicidad?
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El 18 de enero
de 2007, a casi 10 años de haber recibido el Premio de Ciencias
y artes, falleció Don Juan Reynoso. Yo me enteré en la noche,
por una llamada telefónica que me hizo Linda desde California.
Además de platicar sobre ello, empezamos a limpiar el lodo que
había cubierto nuestra amistad.
Llamé a
CONACULTA para avisarles al día siguiente por si no se habían
enterado. Me comentaron la posibilidad, todavía borrosa, de
hacer una especie de homenaje. En la plática fue tomando forma
una idea: ¿por qué seguir homenajeando a uno de los pocos
músicos que había sido homenajeado en vida, y había tenido una
vejez digna y feliz? ¿por qué no homenajear a otros tantos
músicos que, a pesar de tener trayectorias igual de
trascendentes, no habían sido tan afortunados?
A lo largo de
los meses, se reunieron en el Museo de Culturas Populares
personas interesadas en ello. Yo asistí una sola vez. Dos de los
músicos jóvenes más presentes fueron David Peñaloza (de
Yolotecuani) y Javier Tavira. Allí generaron una carta con
propuestas que involucraron talleres de formación, ediciones,
conciertos, homenajes (hasta con nombres de músicos prospecto),
todo tendiente a la revaloración de personajes de la zona y
revitalización de los estilos musicales que interpretaba Don
Juan. Una persona me pidió que colaborara en la redacción final,
en la que agregamos más nombres y más acciones. La publicamos
en internet, la estuvimos circulando en actividades de música
tradicional, con el fin de juntar firmas y se entregó, con más
de 650 remitentes, al Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes, la Secretaría de Cultura de Michoacán, el Instituto
Guerrerense de Cultura, la Secretaría de Cultura del Distrito
Federal y hasta la Comisión de Cultura de la Cámara de
Diputados.
Transcribo,
literal, la primera propuesta:
Encuentro Anual de la Música de Tierra Caliente, que incluya conciertos, presentación de discos, libros, videos, conferencias, talleres y exposiciones. El primer encuentro tendrá el propósito de homenajear a Don Juan Reynoso y a otros músicos de la misma región, con gran trayectoria. Que sea itinerante en cada entidad de Tierra Caliente, y se trasmita en vivo a través de radiodifusoras nacionales y estatales (IMER, Radio Educación, Radios Universitarias y Estatales)
A partir de ello,
al primer aniversario del fallecimiento de Don Juan, en enero de
2008, el Programa de Desarrollo Cultural de Tierra Caliente (donde
colaboran Guerrero, Colima, Estado de México, Michoacán y
Jalisco, además de CONACULTA) realizó el Homenaje Juan
Reynoso a Músicos de la Tierra Caliente, en el Centro
Nacional de las Artes. Ese año fueron reconocidos los
guerrerenses Don Ángel Tavira, Cástulo Benitez, J. Natividad
Leandro El Palillo, Zacarías Salmerón y de manera
póstuma, Plutarco Ignacio. María García, que estaba a cargo
del Programa por parte del Consejo, me animó a ayudar y lo hice
en varios aspectos: improvisarle unas décimas en el escenario a
Cástulo (cosa que me importaba mucho), cooperar con carteles (unos
yo, y otros Javier Tavira que, además, logró que se colocaran
en el Metro), diseñar e imprimir los reconocimientos, y hacer
contacto con la gente de allá que pudiera venir a dar las
reseñas de los homenajeados. Vino Esperanza también, a recibir
el reconocimiento a Don Juan.
Cuando estaba
haciendo los reconocimientos, con la fotografía de cada
homenajeado, se me vino encima una especie de túnel del tiempo.
Ver los rostros tantas horas y tan cerquita, me hizo revivir lo
vivido con Lindajoy y que apenas ahora, 10 años después del
Primer Encuentro de Dos Tradiciones, asumían las instancias
gubernamentales de cultura.
En el segundo
homenaje, que ya me tocó organizar a mí, se reconoció a
músicos de otros estados, entre ellos Evaristo Galarza que,
siendo de Huetamo, Michoacán, pertenece a los mismos géneros
musicales de la Cuenca del Balsas. Hugo Reynoso está tocando con
él.
Para el tercero,
que acaba de pasar y fue en Colima, el homenajeado guerrerense
fue Don Chano Calderón. Cuando me vio en el hotel, discretamente
le preguntó a su hijo:
¿Qué? ¿Esa mujer no es de
los gringos que visitaban a Don Juan?
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También en 2007
había sido estrenada la película El violín. De
pronto la imagen de Don Ángel estaba frente a México y el mundo.
Ampliamente premiada, la película aportó mucho al cine nacional,
aunque siento que en Tierra Caliente no pasó nada con ella,
salvo los malentendidos que ya expuse.
El 19 de
noviembre el Faro Itinerante de la Ciudad de México exhibió la
película en pantalla gigante frente al Monumento a la
Revolución. La sorpresa que se le tenía preparada al público
era que, terminando, iba a tocar Don Ángel con sus hijos. Me
habían corrido el chisme, y fui. Para mí había otra sorpresa
más grande: cuando me acerqué a saludar a Doña Elpidia, una
mujer desconocida me preguntó si llevaba mi guitarra.
Bueno, deveras que no la cargo a todos lados. Yo nomás venía a escuchar a Don Ángel.
¿No leíste la revista Proceso?
No, no la leo habitualmente.
Entonces me
mostró el ejemplar más reciente. En el recuadro que anunciaba
la película y la participación musical, había una frase que
decía, literalmente:
Asistirá Ana Zarina para tocar con Don Ángel su son tótem: La Tortolita
No averigüé
más. Me subí a tocar. Días después, al empezar a salir del
asombro, me pude imaginar que Alejandro Herrera, el músico que
me invitó, podía haber corrido esa información. Pero todavía
guardo la revista, y miro que sí fue cierto el anuncio, cada vez
que siento que estoy perdiendo la cordura en este mundo mágico
que es la música.
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La mayor parte
de la gente con la que he estado en contacto en la Tierra
Caliente de Guerrero, no solamente no odia a los gringos
calentanos. Además los reconoce como uno de los parteaguas
importantes para la música calentana. La familia de Don Juan
Reynoso, que tendría qué ser la más afectada, recuerda a Linda
con cariño y la manda saludar, así como otros muchos músicos y
no músicos. Neyo Reynoso, mientras veíamos el documental de
Pacho y me codeaba con complicidad cada vez que salía David, me
estaba diciendo hace poco que extraña a Paul, que le encantaría
que fuera a Rivapalacio para verlo, y además tocar con él el
repertorio de su papá. Y así, podría mencionar cientos de
saludos y comentarios favorables.
Tres
meses después del homenaje, fallece mi papá; el 30 de junio,
Don Ángel Tavira, en la Ciudad de México. Estuve localizando a
Javier todo el día, para saber dónde lo iban a velar, pero
cuando lo encontré ya habían llegado a Iguala con el cuerpo.
Para el 1 de julio, yo entré a CONACULTA a hacerme cargo del
Programa de Tierra Caliente. En septiembre fui invitada a San
Diego, desde donde pude hablar con Linda como antes: por
teléfono, muchas horas. Dos años de montaña rusa, muchos
estímulos y muchas vivencias. Hasta ahora, ya tranquilamente
desempleada y con más horas de vuelo en la Tierra Caliente,
tengo la oportunidad de recordar y reflexionar sobre todas estas
historias entrelazadas, que me mantienen cerca de la Cuenca del
Balsas. Y viéndolo a la distancia todo esto, me vienen una serie
de reflexiones sobre los gringos calentanos:
A Don Juan
Reynoso ya lo habían grabado. Formaba, en los años setenta,
parte de los íconos de la música tradicional de México, y
referencia fonográfica obligada para los alumnos de
etnomusicología y otros pocos locos mexicanistas. Pero estaba de
regreso en Rivapalacio y tocando en las cantinas con Cástulo.
Nadie más le había tenido el cariño humano y las atenciones
personales que le dio Lindajoy. Y ella no lo hizo para sumar
registros a ninguna fonoteca institucional, ni para agregarlo
como parte de un corpus de investigación que le valiera
un doctorado. Lo hizo por amor.
¿Robarse
la música? Es cierto, hay compañías grabadoras que enriquecen
su sistema y no comparten las ganancias con los músicos.
También existen extranjeros (y nacionales) que registran
indebidamente piezas del repertorio tradicional o de compositores
desconocidos y se quedan con las ganancias pero, ¿Paul Anastasio?
Un violinista y maestro de Seattle que invirtió (junto con
Claudia) varias decenas de miles de dólares para transcribir una
música simplemente porque le llegó al alma.
Sus detractores
lo pintan como si, al transcribir las piezas, éstas se borraran
del recuerdo de quienes las interpretan y ya no pudieran
escucharse más. Paul sigue (me consta) en la mejor disposición
y con el deseo de que sus partituras sirvan para facilitarles el
camino a los jóvenes violinistas. Y dispuesto a donar su trabajo
a la persona o institución que lo difunda, Ya hay varias copias
de sus transcripciones en México, y él sigue tocando y
enseñando esta música en su país.
Otro gringo que
participó en todo eso, aunque pocos lo observaron, fue el
fotógrafo Chris Vail. Sus trabajos sobresalieron en la ultima
revista de Dos Tradiciones para el homenaje en Morelia y
pancartas grandísimas en las calles de esta misma ciudad;
además CONACULTA le pidió fotos de Juan y otros músicos para
exhibir en el Primer Homenaje Juan Reynoso. Todas las
prestó gratuitamente.
David,
Tim, Kat y otros violinistas que llegaron a venir con Paul no
tuvieron el entusiasmo para continuar, y siguieron con su vida
tocando otros géneros. No aportaron nada a la tradición de la
zona, pero tampoco hicieron daño alguno. Simplemente pasaron por
ahí.
Las ofensas y
descalificaciones que han sufrido Linda y Paul son sólo muestra
de una ignorante xenofobia que (dicho a modo de justificación,
pero no de disculpa) nos dejó la Conquista y otras invasiones
que siguieron. De pronto siento que no hacemos diferencia alguna
entre los pobladores de un país, y algunos gobiernos rapaces y
abusivos. Algunos han desatado estas calumnias, y varios de ellos
a partir de abusos que quisieron hacerles, nomás por la idea de
que todos los gringos tienen lana o antes de que nos
vean la cara, se las vemos nosotros. Pero los peores no son
ellos, sino quienes repiten las calumnias automáticamente,
dándolas por hechos. Creo que el pecado de Paul y
Linda fue poner la muestra y realizar acciones concretas en una
zona donde ya nadie se ocupaba de su música.
Linda consiguió
financiamiento de instituciones, fundaciones, empresas y
población civil. Optimizó el uso de estos recursos, y realizó
gran cantidad de cosas, entre ellas volver a trepar, a nivel
local, estos géneros a un escenario decente,
rompiendo el estigma de que ya sólo era música de viejos,
borrachos y prostitutas, y devolviéndola al entorno familiar.
Ella misma me decía hace poco:
Mi ventaja es que no sabía que muchas cosas no se podían hacer. Por eso, simplemente las hice.
En este
entrecruzamiento de mi vida con la de Linda, yo he aprendido
mucho. Además de la logística, gestión y otros manejos
alrededor del quehacer cultural, he aprendido que los países son
tan grandes y diversos, que no puedes generalizar o juzgar a la
gente sólo por su procedencia. El mundo es maravilloso, y tienes
hermanos gemelos en todas partes. Y, por mi naturaleza, cuando
miro que alguien hace algo por amor, siento el impulso de
ayudarle. El mejor mensaje que Lindajoy Fenley ha compartido
conmigo es que el corazón no es sólo una víscera, sino un
músculo que lo puede mover todo.
Ana
Zarina Palafox,
Febrero de 2010