La valona
de la Tierra Caliente de Michoacán

Raúl Eduardo González

La Tierra Caliente es una región realmente poco conocida de Michoacán, sobre todo en contraste con el área del lago de Pátzcuaro, la sierra Tarasca o las ciudades de Morelia y Uruapan. En la Tierra Caliente -mote por demás meritorio- no se encuentra el paisaje boscoso y de lagos que caracteriza al Michoacán turístico; el agua de la sierra corre hacia este valle, brota en manantiales de agua fresca y nutre el río Tepalcatepec, que corre hacia el oriente hasta encontrarse con el legendario Balsas.
Todo este aguaje se ha aprovechado en los últimos cien años para regar las tierras planas bajas y fértiles de la región; cultivos como el arroz, el algodón, el melón y el limón han tenido sus épocas doradas en la Tierra Caliente. El cultivo y la comercialización de estos productos agrícolas se ha reflejado en una serie de rasgos civilizatorios, como la construcción del ferrocarril, de una red de carreteras, escuelas, hospitales, etcétera. Es en virtud de la agricultura que esta región, aislada durante la Colonia y en los albores del México independiente, incluso hasta entrado el siglo XX, se ha ido incorporando paulatinamente a la vida cultural del resto del país; hoy en día el acceso a la región es relativamente sencillo por carretera (una hora y cuarto desde Uruapan), pero hasta hace unos cuarenta años representaba un viaje penoso y largo, como lo es hasta nuestros días el acceso a muchos rincones de la Sierra Madre del Sur.
Seguramente que el aislamiento que vivió la región a lo largo de siglos favoreció la conservación del género poético-musical conocido como valona, asociado en la Tierra Caliente a un conjunto instrumental conformado por un arpa llamada "grande", de alrededor de 36 cuerdas, dos violines, una vihuela (la pequeña guitarra con joroba que usan los mariachis) y una jarana o guitarra de golpe, de cinco cuerdas. Este conjunto, llamado "de arpa grande", ejecuta además los géneros tradicionales del jarabe y el son planeco (así llamado por ser del plan o valle de Apatzingán), y en fechas recientes, ha incorporado a su repertorio canciones rancheras y corridos, hoy tan populares en virtud de los medios masivos de comunicación.
Se cree que el nombre del género, valona, pueda ser una derivación de vale, valedor, términos muy comunes hasta nuestros días en la región y en muchas otras áreas rurales del país; de ahí vendría la expresión "hazme la valona", es decir, un favor, un acto de camaradería, o bien, una composición poética improvisada, un saludo en verso, un panegírico, etcétera; por muchas partes del país se emplea esta expresión popularmente. Cabe señalar que aún hasta nuestros días en la Zona Media de San Luis Potosí y la Sierra Gorda de Guanajuato y Querétaro, la valona se usa precisamente para la improvisación, por lo general con un tema a propósito de la situación festiva en que se enmarca la música, o bien, para entablar una controversia con un trovador rival.
Poéticamente, la valona de la Tierra Caliente se constituye por una glosa, forma poética hispánica que data del siglo XVII y que se caracteriza por la inclusión de un poema breve en uno mayor, para explicarlo, ampliarlo, refutarlo, etcétera. La forma más común de la glosa, a la que pertenece la valona de Apatzingán, se constituye por una cuarteta de versos de ocho sílabas, que hace las veces de planta, es decir, el poema a glosar. Cada uno de los cuatro versos de la cuarteta será, sucesivamente, el último de las estrofas subsecuentes; es decir, cuatro décimas. Por lo general, las décimas en las valonas de la Tierra Caliente tienen la función de continuar el argumento de la planta, como en este ejemplo de "La renca", posiblemente la valona terracalenteña más conocida, dentro y fuera de la región:

Amigos, doy a saber:
una renca enamoré;
ella, me decían, que coja,
pero falta no le hace el pie.

Andando en tierras extrañas
me puse a echar una traza:
vale más malo en casa
que bueno en la casa ajena;
para mí, esta renca es buena,
ella es todo mi querer,
ella me da de comer;
con su patita arrastrando
buena me la estoy pasando,
amigos, doy a saber.

Como se puede advertir, la primera décima de la glosa, que aparece aquí a manera de ejemplo en seguida de la planta, desarrollo la idea expuesta en ella; la valona tendrá este típico carácter, entre narrativo y reflexivo: la anécdota ("ella es todo mi querer, / ella me da de comer") se plantea en conjunto con una serie de reflexiones, las más veces de carácter humorístico en el contexto de la trama del texto ("vale más malo en casa / que bueno en la casa ajena").
Una variante de la glosa es la llamada "glosa de línea", en la cual la planta no es una cuarteta, sino un solo verso con el cual terminan las cuatro décimas. Este artificio se encuentra en varias valonas de la Tierra Caliente, como en "El timón", cuyo verso a glosar, "el que se hurtó mi timón", es el remate de cada décima de la glosa. El asunto de esta valona es exponer toda la serie de castigos que el narrador desea para el ladrón que le hurtó el timón de su arado. Así, la tercera décima dice, por ejemplo:

Le demando mis atrasos
para su mayor gobierno;
que pase por el infierno
y le den fuertes diablazos,
también unos tizonazos;
ha de llevar mi timón
sirviéndole de bordón;
el diablillo más chiquillo
que lo arrastre del fundillo
al que se hurtó mi timón.

La glosa, como puede verse, es un artificio que requiere de ingenio, para insertar un poema breve -o incluso un solo verso- en una composición mayor haciendo que ambas dialoguen y formen una unidad a un tiempo. Lo que parece un recurso meramente formal, de versificación, en el fondo marca un carácter particular al poema, en virtud de la vuelta que debe hacer, al final de cada estrofa, al verso a glosar. Aun cuando humorísticas, las valonas de la Tierra Caliente, como las composiciones glosadas en general, tienden a desarrollar un carácter explicativo que justifique y explote la presencia de la planta en las décimas. Así, pues, la glosa es, entre otras cosas, una forma poética que demanda ingenio y destreza, pues si bien el poeta sabe de antemano cuál será el último verso de cada estrofa, la manera como solucione su inclusión en cada caso constituye un bello reto para la creación.
Ahora bien, ¿cómo explicar el hecho de que una forma poética tan compleja, que en principio parecería más bien un artificio culterano, se haya arraigado en una región aislada, de población eminentemente rural? La respuesta a esta pregunta tiene que ver con las circunstancias históricas en torno al género de la glosa desde los últimos años de la Colonia y, asimismo, plantea hondos cuestionamientos acerca del modo de ser de los géneros folclóricos, que contrario a lo que se cree muchas veces, no necesariamente son simples formal ni poéticamente y, por el contrario, muchas veces conllevan una dificultad que supera a la de los géneros cultos. Para comprobar esto, basta con presenciar la labor de un trovador que improvisa una décima -ejercicio que se da en muchas regiones de la América Latina-, no sólo rápidamente, sino de igual forma con un sentido poético y retórico efectivo. La mayoría de los poetas cultos de nuestros días no podrían hacerlo, ni aun con una preparación de años en muchos casos.
Prácticamente a lo largo de todo el siglo XIX la glosa y la décima fueron las formas poéticas favoritas para dar cuenta de algunos sucesos de la vida social del país, tanto hechos políticos como fenómenos naturales, sobrenaturales, crímenes y catástrofes. No únicamente solían detallarse los pormenores de los sucesos en cuestión, sino que por lo general la crónica iba acompañada de la reflexión en torno al asunto; por supuesto, se trataba de una reflexión las más veces satírica. En paralelo con esta vertiente periodística de la glosa y la décima, se cultivaron los textos de carácter amoroso, los panegíricos, los textos humorísticos de contenido hiperbólico. Las glosas y décimas de tipo religioso tuvieron, por su parte, una larga tradición popular, que se remonta al siglo XVII.
Estos poemas tienen en su mayoría un origen escrito; en el siglo XIX se estamparían primordialmente en hojas sueltas, en imprentas de la capital del país, pero desde la centuria anterior circularían, fueran impresos o manuscritos. Así, la popularización de décimas y glosas sería un fenómeno desprendido, en la gran mayoría de la veces, de poemas escritos, que en virtud del canto y de la memoria serían prodigados a todo lo largo y ancho del territorio nacional, antes y después de su mengua con la expansión de Estados Unidos hacia territorios antes mexicanos.
De tal forma, es posible encontrar glosas y décimas del siglo XIX vivas en el folclor del XX y aún en la actualidad, en regiones como el sur de Veracruz, el estado hoy norteamericano de Nuevo México, y la Tierra Caliente de Michoacán. Un bello ejemplo lo constituye "La bandolita de oro", una glosa de carácter amoroso en la cual se desarrolla el tópico de los regalos de amor; el amante ofrece una serie de obsequios a cambio del cariño de su amada. Dice la valona, según la recuerdan hoy en día algunos cantores de la Tierra Caliente:

¡Una bandolita de oro
y un bandolón de cristal!
¡Te he de dar porque me quieras
un pájaro cardenal!


Soy conde de la Laguna,
dueño de siete millones;
tengo escudos y borlones
y lanzas con medias lunas.
Soy hijo de la fortuna,
tengo mi clarín sonoro,
mi palacio y mi tesoro,
pa cuando yo voy marchando,
los clarines van tocando
y una bandolita de oro.

Soy marqués del Apartado,
vivo a lo muy caballero,
ay, a lo muy marinero,
me he pasado a militar.
Soy sargento federal
de las guerras de Cupido;
no me quisiera acordar,
ay, cuando yo voy marchando,
los clarines van tocando
y un bandolón de cristal.

Ahora por la ocasión
me nombran a mí feliz;
me he paseado por San Luis,
por esa villa de León.
Fui mariscal de borlón,
gobernador de Frontera;
chinita, si tú quisieras,
yo no trato con engaño,
esas minas de Bolaños
te he de dar porque me quieras.

Lo hablo con satisfacción,
no porque me da la gana,
las minas de Valenciana
tengo a mi disposición;
también las del Pabellón,
tienen su rico metal.
Tengo mi palacio real
y minas en El Saltillo,
y en la hacienda de Fresnillo,
un pájaro cardenal.

Así, pues, los cantores populares de diversas regiones aprenderían, en principio, los textos, y después los recursos creativos para desarrollar sus propias glosas y décimas. Un aspecto muy importante sería la adaptación que en cada caso tendrían los textos para ser cantados con el estilo y la instrumentación propios de cada región. En la Tierra Caliente michoacana, se ejecuta siempre una melodía instrumental con tipo de marcha, como introducción y a manera de interludio entre cada estrofa. Más que cantarlo en sentido estricto, el valonero salmodia el texto en un estilo semejante al de los recitativos de ópera; suele entonar un "¡ay!" antes de los versos primero, tercero, sexto y octavo. Al final de la última parte instrumental, se agrega una cuarteta de despedida, y al final de ésta, un son o un fragmento de son, a manera de fuga o salida.
La valona constituye, pues, una unidad poético-musical compleja; a diferencia del son y el jarabe, no se baila. En ella prevalece ante todo la buena enunciación del componente poético, motivo por el cual los valoneros se sirven, como he señalado, de la recitación apenas con una leve variación tonal, que privilegia el hacer comprensible el texto para el auditorio que lo escucha.
Para dar cuenta de la manera como la glosa se adaptó en la Tierra Caliente para convertirse en valona, presento a continuación "Las huinas", un ejemplo que da cuenta justamente del modo de ser de la región, donde abunda una fauna de insectos picadores y ponzoñosos. Se trata de una glosa de línea, "uñas, ¡para cuándo son!", advierte sobre la fuerte comezón que sigue a las picaduras de esta fauna de pequeños e incisivos seres, que suelen ser más severos con el fuereño; se enumera, así, toda una serie de insectos de curiosos nombres, voladores y no, que con sus picaduras obligan a uno a rascarse. Al final de la glosa, aparece la cuarteta de despedida que caracteriza a los textos del género en la región:

Uñas, ¡para cuándo son!
Uñas, ¡para cuándo son!
Uñas, ¡para cuándo son!
Uñas, ¡para cuándo son!


El día veintidós de marzo
se comenzaron mis muinas,
cuando comencé a sentir
la comezón de las huinas,
el cuarto y las cuatro esquinas;
me agarró una comezón,
tuve sobrada razón:
diablo de Tierra Caliente,
porque habla y dice la gente:
"Uñas, ¿para cuándo son?"

El que en ese punto esté,
hoy que viva más acá,
nunca dice la verdad,
porque seguido se ve.
Yo la verdad les diré:
es una ingrata prisión,
porque hay huinas de a montón;
es más prisión que Escobedo,
porque habla y dice el frastero:
[forastero]
"Uñas, ¿para cuándo son?"

Siempre la ausencia me mata,
porque el padecer no es justo;
siempre vivo con el susto
de tanta nación ingrata:
salsahuate y turicata;
también hay otra nación,
que se ocupa el pabellón:
el jején y el zancudo
hacen hablar al que es mudo,
uñas, ¡para cuándo son!

Al fin, la huina primero
y el salsahuate enseguida;
la turicata a escondidas
sabe picar muy ligero.
El jején también, grosero,
de noche da su función,
y el zancudo una canción
canta con mucha alegría;
sea de noche o sea de día,
uñas, ¡para cuándo son!

Voy a echar mi despedida
por el ojo de una aguja,
la que es mujer se sostiene,
y el que es hombre, nomás puja.

Como he señalado, además de este carácter reflexivo, en la valona prevalece la intención de narrar una anécdota, que generalmente da cuenta del modo de ser de un tipo popular determinado; así, se encuentran en los textos del género en cuestión las descripciones del ladrón, el padrastro, el cazador, las suegra, la esposa insaciable, los jotos, los migrantes (llamados "norteños"), los narcotraficantes, etcétera. La valona constituye un medio de representación del mundo según el cual se describe la compleja personalidad de un individuo con apenas un esbozo limitado a unos cuantos rasgos, con los que arbitrariamente se juzga el modo de ser de un personaje determinado, con el propósito fundamental de mover a la risa.
Por muchos años, a lo largo del siglo XX, los valoneros mantuvieron en la memoria una serie limitada de textos; los más populares entre ellos no superaban la veintena. Sin embargo, a raíz de la convocatoria de los concursos de música tradicional que año con año se efectúan en Apatzingán durante el mes de octubre para conmemorar la Constitución de 1814, se irían creando en el último tercio del siglo recién acabado nuevas valonas que si bien han continuado el carácter humorístico y la descripción por tipos, característicos de sus predecesoras, han prescindido de la forma glosada de éstas, por lo que ha prevalecido en ellas el componente narrativo por en cima del talante reflexivo de la glosa.
Si bien poéticamente las valonas nuevas han retomado recursos del repertorio antiguo del género, es sobre todo el humor lo que ha prevalecido en ellas; en muchos casos, explotado el recurso del doble sentido. Se han incorporado, por otro lado, temas actuales, como la migración a Estados Unidos, el transexualismo, el narcotráfico y hasta la píldora Viagra. Como ejemplo de esta nueva escuela de creación, presento esta valona de José Álvarez Sánchez, "Una mujer novelera", que con gran ingenio incorpora una serie de títulos de telenovelas en sus versos:

Me casé con María Mercedes,
al llegar de la Frontera;
no crean que me fue muy bien,
me salió muy novelera.

Miraba Senda de gloria
y a mí me daba coraje;
también Rosa Salvaje
y enseguida, Marimar,
Catalina y Sebastián;
luego, la Cuna de lobos,
Isabel y Guadalupe;
en la tele siempre, a diario,
miraba El premio mayor
y El pecado de Oyuki.

Mi vida ya era un infierno,
me pasaba sin comer;
ella, mirando Isabel
y también De pura sangre.
A mí, me llegaba el hambre.
Después veía Muchachitas,
yo me sentía casi loco;
miraba la Quinceañera
-¡qué mujer tan novelera!-
y después, Vivir un poco.

También El abuelo y yo,
y luego, De frente al sol;
Escándalo y Perro amor,
ésas nunca se las pierde;
y enseguida, Alma rebelde.
El privilegio de amar
lo ve de principio a fin,
la Mirada de mujer,
Camila y Tres mujeres,
y enseguida, Serafín.

Ella no quiso venir,
porque iba a ver Rosalinda;
luego, El diario de Daniela,
Dos mujeres y un camino,
y hasta Tres veces Sofia.
Que La vida en el espejo,
La pícara sonadora.
Me decía: "Amor de mi vida,
ven a ver Azul tequila
y después, La usurpadora."

Ya me quiero divorciar,
esto es un Monte Calvario;
mejor me voy a casar
con la Diana Salazar
o con María la del barrio.

Esta adaptación del género de la valona al gusto y el carácter actual de los pobladores de la Tierra Caliente augura, desde mi punto de vista, una larga vida para esta tradición centenaria, por cuya óptica poética se sigue reflexionando satíricamente acerca de una serie de acontecimientos de interés para la vida de los pobladores de esta región del estado de Michoacán.

Bibliografía

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González, Raúl Eduardo. "De la glosa a la valona" en Bárbara Skinfinfill y Alberto Carrillo (eds.) Estudios michoacanos, vol. VIII. Zamora: El Colegio de Michoacán / Instituto Michoacano de Cultura, 1999, pp. 49-63.
---. La valona de Apatzingán. (Tesis de maestría en estudios étnicos.) Zamora: El Colegio de Michoacán, 2000.
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Mendoza, Vicente T. La décima en México. Glosas y valonas. Buenos Aires: Instituto Nacional de la Tradición, 1947.
---. Glosas y décimas de México [1957]. México: FCE, 1979. (Letras Mexicanas, 32.)
Perea, Socorro. Décimas y valonas de San Luis Potosí. San Luis Potosí: Archivo Histórico / Casa de la Cultura, 1989.
Stanford, Thomas. "Lírica popular de la costa michoacana" en Anales del INAH. México: INAH / SEP, vol. XVI, 1963, pp. 231-282.

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