Ovación para Pinito (1910-2003)
Don Genaro Aceves Mezquitán, conocido en el mundo del circo y las artes escénicas populares como Pinito, dejó de alegrarnos con sus títeres, cantadas, poemas y danzas desde el pasado 16 de diciembre de 2003, cuando pasó a formar parte estelar del elenco de la eternidad, entre los más grandes personajes de la cultura popular jalisciense y de México. Según su propio decir, nació en el barrio de Mezquitán el 16 de septiembre de 1910, en el seno de una familia de danzantes; su padre, quien trabajaba como obrero en una fundición, fue quien sin saberlo lo puso en contacto con el drama popular, pues gustaba de los cuadernillos que, impresos por Antonio Vanegas Arroyo, y por supuesto ilustrados por José Guadalupe Posada, eran vendidos de plaza en plaza, ya con la letra de canciones de moda, ya con piezas dramáticas para ser representadas por niños o por títeres.
Siendo aún adolescente ingresó al mundo del circo, en cuyo seno se mantuvo prácticamente por el resto de su vida, en una carrera que lo llevó por toda la república, y hasta el sur de Estados Unidos y por varios países centroamericanos. Su oficio principal ahí fue el de payaso de verso, al viejo estilo nacional; fue, pues, descendiente de la escuela de José Soledad Aycardo y los graciosos de los corrales y circos del México del siglo XIX. Con escasos conocimientos escolares, sabía escribir y ejercitaba la lectura con gran interés; fue un hombre culto que, amén de documentarse sobre las diversas profesiones que ejerció, escribió una buena cantidad de poemas que llegó a recitar él mismo en escena, fuera en las giras que emprendió por diversos circos, o bien, en funciones ofrecidas para los niños de su propio barrio de Mezquitán.
Algo de su repertorio poético fue publicado en el volumen que titulamos Archivo de cantadas populares, un libro en el que nos permitió a Lupita Rivera y a mí conocer y difundir la maravillosa tradición de los payasos de verso, del cual él era, como lo asentamos en el citado volumen, el último descendiente, muy digno, por su talento, inspiración y excepcional memoria. Pero este pequeño libro no puede considerarse en absoluto su trabajo más perdurable; lo fue, sin duda, su presencia como payaso en carpas y calles, así como su trayectoria de más de setenta años como monosabio en la plaza de toros de Guadalajara, y su amorosa y devota entrega como danzante para la virgen de Zapopan, que expresó a través de su danza de conquista (de la que sabía de memoria todo el parlamento o coloquio), y con la fundación en la década de los treinta del Cuartel de Danzas Chimalhuacanas, que dirigió asimismo por muchos años.
En los últimos tiempos se dedicó, además, a la confección de piececitas de barro, que modelaba y pintaba a mano. Tuve la fortuna de colaborar con él como violinero en las dos últimas funciones de payaso y titiritero que ofreció, en Guadalajara y Morelia, en abril y agosto de 2003. En la función brindada en la capital de Jalisco contamos con la presencia de personalidades y funcionarios relacionados con la cultura en la entidad; públicamente manifestamos el olvido en el que se encontraba don Genaro, quien vivió los últimos días de su vida en un cuartito al fondo del patio de una casa en Mezquitán. Nuestro reclamo se centraba en que las instituciones del ramo asumieran su compromiso con Pinito, una autoridad en la cultura popular como no había otra en el estado; él estaba dispuesto a trabajar: la propuesta era que se organizara una gira para que presentara sus títeres y cantadas, así como su flamante Archivo de cantadas populares. En vez de ese apoyo, nos encontramos con que el funcionario de Culturas Populares ni siquiera quiso pagar el libro (cuyo importe fue destinado, en un gran gesto del editor moreliano José Mendoza, íntegramente para don Genaro durante esa presentación); lanzamos una botella al mar y no tocó puerto.
Pero don Genaro nunca aspiró a recibir dádivas del gobierno; a lo largo de su vida fue un emprendedor que no esperó jamás de la buena voluntad de nadie para ponerse en acción. Así fue como realizó la mayor parte de sus obras, tanto en el arte dramático popular como en la danza; hasta los últimos días de su vida, servido de su bastón, se encaminaba a trabajar por las mañanas en los trolebuses de la avenida Hidalgo en Guadalajara, donde recitaba sus temas para los viajeros, a cambio de algunas monedas. Por las tardes trabajaba su alfarería y dedicaba tiempo a la lectura. Entre sus temas favoritos estaba la poesía náhuatl; sé que tenía especial interés en Netzahualcóyotl, el rey poeta.
Es una lástima que socialmente no se haya reconocido en vida el extraordinario trabajo que Genaro Aceves realizó sin más interés que su profundo amor por el escenario popular, la fiesta de los toros y su devoción por la virgen de Zapopan. El desamparo que el Estado tuvo para con él es, tristemente, el mismo que viven tantos cantores, poetas, cirqueros y danzantes a lo ancho y largo de nuestro país. A los malos funcionarios, cuyo efímero paso por las instituciones suele no dejar más que quejas e insultos tras de sí, ni vale la pena recordarlos; el talento y la entrega de un hombre como Genaro Aceves Pinito nos compromete a no olvidar socialmente su trascendental función, y merece, en cambio, toda nuestra admiración y respeto. Va para él una ovación que esperamos resuene de algún modo en la eternidad donde se encuentra merecidamente ocupando un sitio preponderante entre los inmortales de nuestra cultura popular.
Raúl Eduardo González
Diciembre de 2003